En 1933, James Hilton abrió una puerta a la imaginación con su novela Horizontes perdidos, dibujando un Shangri-La utópico y misterioso. Inspirados por sus páginas, aventureros románticos se lanzaron durante décadas a una búsqueda casi mística, recorriendo los recovecos de India, Nepal y el Tíbet. Sin embargo, el paraíso prometido seguía desvaneciéndose como un espejismo, dejando a cada explorador con más preguntas que respuestas y alimentando aún más la leyenda de un edén perdido en el corazón del Himalaya.
Las influencias de Hilton para escribir Horizontes perdidos fueron tan variadas como fascinantes. Entre ellas, destacan los artículos del explorador Joseph Rock publicados en National Geographic, así como los relatos de los primeros aventureros que se adentraron en las misteriosas tierras del Tíbet.
Entre la ficción y la realidad
En cualquier caso, el nombre de Shangri-la quedó asociado para siempre al sinónimo de edén en la tierra, un lugar utópico y místico en algún valle perdido del Himalaya, rodeado de imponentes picos y aislado del mundo exterior, donde reina la paz y la armonía y las personas viven cientos de años. Tales sueños mantienen despierta nuestra imaginación.
En al año 2002 el gobierno chino hizo saltar la liebre y declaró que, tras años de estudios, el Shangri-la descrito por el novelista británico se encontraba en la provincia de Yunnan, concretamente en la prefectura tibetana autónoma de Diqing, cerca de la frontera con el Tíbet.

Del papel a la leyenda
Con esta declaración, el mito de Shangri-La se transformó en una realidad tangible, desatando un crecimiento turístico sin precedentes. El rebautizo del pueblo atrajo a oleadas de visitantes y aceleró el desarrollo de infraestructuras, aunque, paradójicamente, más de la mitad de la región sigue viviendo bajo el umbral de la pobreza.
A las afueras del bullicioso centro, el ambiente se vuelve sereno y auténtico. El visitante se adentra en un laberinto de calles empedradas, donde las mujeres cargan pesadas cestas de mimbre y los ancianos juegan a las cartas en las aceras, ajenos a la mirada curiosa de los turistas.

Zhongdian, hoy conocida como Shangri-la, se encuentra en una amplia llanura a 3.200 metros de altitud. Sin el refugio protector de las montañas, el frío se siente con una intensidad cortante. La mayoría de la población es tibetana, y aquí los rostros Han son una rareza. Las diferencias son notables: los tibetanos destacan por su complexión más robusta, su piel curtida y sus rasgos marcados.
El monasterio de Songzanlin: un viaje al corazón del budismo tibetano
A diez kilómetros del centro histórico de Zhongdian se levanta el complejo monástico de Songzanlin, mandado construir por el V Dalai Lama en 1674, a imitación del gran palacio de Potala de Lhasa. En este complejo, construido en la ladera de una colina, vive una numerosa comunidad de monjes y familias que construyen sus casas al amparo de los edificios principales.

Existen varias estancias que visitar en el complejo de Songzanlin, las coloridas fachadas de tonos pastel con enormes puertas de acceso decoradas con motivos budistas contrastan con los oscuros y húmedos interiores dedicados a la oración y al estudio. La tradición, reflejada en ancianos monjes haciendo girar los molinos de oración convive con la apariencia de los novicios que, bajo la túnica roja, esconden zapatillas deportivas de marca mientras mandan mensajes por el móvil.



Deqin y las montañas Meili: la aventura continúa
Un vibrante trayecto de seis horas en autobús conecta Zhongdian con Deqin, la puerta de entrada a las majestuosas montañas Meili. El recorrido atraviesa valles suaves, donde caballos y yaks pastan libremente entre casas solitarias de arquitectura tibetana. Al cruzar un puerto de montaña a 4.000 metros de altitud, el paisaje se transforma de manera radical: el asfalto desaparece y la carretera se convierte en un serpenteante camino de tierra, flanqueado por acantilados vertiginosos y montañas imponentes que infunden un respetuoso temor.

Una estupa (chörten, en tibetano) en el templo de Feilai Si, frente a las imponentes montañas Meili. Entre las nubes asoma la silueta del Kawa Karpo, el pico más alto de la cordillera, con 6.740 metros. Este templo ofrece una espectacular vista panorámica de todo el macizo montañoso.
El budismo tibetano es un universo lleno de simbolismo, donde las coloridas banderas de oración, siempre presentes en pasos de montaña, casas, estupas y monasterios, llevan sus plegarias al viento. Cada color tiene un profundo significado: el amarillo representa la tierra, el rojo simboliza el fuego, el blanco evoca el aire y el viento, el azul se asocia con el cielo y el verde con el agua.
- Azul (simbolizando cielo/espacio)
- Blanco (simbolizando el aire y el viento)
- Rojo (simbolizando fuego)
- Verde (simbolizando el agua)
- Amarillo (simbolizando la tierra)

En busca de nuestro propio Shangri-la
La caminata de dos horas hasta la base del glaciar comienza en la pintoresca aldea de Mingyong. Se trata de un sendero de peregrinación, donde no es raro cruzarse con intrépidas ancianas que suben con determinación hasta el pequeño Templo del Loto. En contraste, aquellos turistas chinos que pueden permitírselo, optan por recorrer el camino a lomos de caballos alquilados.
