Un viaje relámpago por las diferentes opciones que encontramos en la naturaleza cuando hablamos de fotografiarla en todo su esplendor, a través de las cambiantes luces del día. También de las distintas estaciones. Porque siempre es buen momento para hacer fotos, pero si sabemos cómo poner la luz de nuestro lado, tendremos más posibilidades de obtener un resultado interesante.
La fotografía de naturaleza es un arte/disciplina que depende, en gran medida, de la luz. Cada momento del día ofrece unas condiciones lumínicas únicas que transforman no solo la escena, sino también el comportamiento de los animales y la atmósfera general de la imagen (los paisajes muchas veces son efímeros). Si a esto le sumamos los cambios estacionales, nos encontramos con un abanico casi infinito de oportunidades visuales y de retos a la hora de «domar las las luces».

La luz a lo largo del día
El oripandó. Alborada y amanecer
La luz del amanecer es uno de los momentos más apreciados por los fotógrafos de naturaleza. El sol se eleva grácil desde el horizonte, proyectando una luz suave y dorada que contornea las siluetas de los los seres vivos y el paisaje. Los animales suelen tener sus picos de actividad en las franjas crepusculares, y es una norma más o menos generalizada. Los momentos de mayor insolación del día la actividad de todos ellos suele bajar, o como en el caso de los insectos, ser demasiado frenética como para poder «atraparlos».
Trabajar con las luces del amanecer ofrece dinamismo, ya que muchos animales inician su actividad. Otros por el contrario la terminan. En estos momentos las sombras, aunque puedan tener una gran proyección, suelen ser suaves, los colores sutiles y apagados hasta que despunta el sol, y el color anaranjado ofrece un matiz estético en paisajes y criaturas.
Shōgo. La sombra aplastada contra el suelo al mediodía
La luz del mediodía puede ser la más desafiante para cualquier tipo de fotografía. Las sombras del rostro humano se sitúan justo debajo de las cuencas de los ojos y el sol incide de manera directa desde su cénit. La dureza de las sombras es palpable y su potencia resquebraja las atmósferas de la mañana. La actividad suele ser más baja, y las temperaturas alcanzan su punto álgido. No obstante, aunque suelen ser momentos menos propicios, podemos tomar esta luz como un agente comunicador implicándolo en la fotografía a través de la exposición y contraste con el sujeto. Aprovechar las luces bien perfiladas para siluetear contornos o recortar individuos sobre cielos blancos en clave alta, que nos ofrezcan contrastes marcados y detalles nítidos. Esta luz permite enfatizar colores y definir la geometría de los cuerpos.
Al albur del crepúsculo
La luz del atardecer tiene características similares a la del amanecer, pero con una atmósfera diferente. La «hora dorada» de la tarde tiñe la escena con tonos cálidos, pero también introduce una sensación de melancolía y calma. El cielo puede explotar en un arrebol intenso que tiñe las nubes de magentas cálidos y naranjas purpúreos de extraordinaria profundidad.
La luz se transforma bajando el ángulo hasta situarse rasante al horizonte, mientras las capas de la atmósfera van eliminando las longitudes de onda de la luz para dejar sólo los tonos más cercanos al rojo. El sol sigue su camino hacia el oeste y en sus antípodas se dibuja un delicado cinturón anti-crepuscular en tonos violáceos y rosados que terminan por oscurecerse a medida que las primeras estrellas del firmamento despuntan. Las sombras cada vez son más extensas como preludio del conticinio. La actividad de la fauna tiende a ralentizarse y es el momento ideal para por ejemplo fotografiar flores o pequeños artrópodos que van a pasar la noche en sus perchas. Si los hemos localizado con anterioridad podemos asegurarnos «una sesión» sabiendo en qué ubicación han detenido su actividad.



Luz de luna. La sombra escondida en la noche
La luz desaparece progresivamente al anochecer, dando paso a un mundo de sombras y fauna nocturna. La fotografía en estas condiciones requiere técnicas más avanzadas, como el uso de luces artificiales, dobles o largas exposiciones.
En nuestro país se pueden fotografiar multitud de animales en estas circunstancias, incluido el lince ibérico, y otros carnívoros como el zorro, la garduña o la gineta. Habitantes de las sombras, junto a otros muchos más discretos como rapaces nocturnas, lirones caretos o escarabajos del estiércol que se guían por la vía láctea que se dibuja en el cielo nocturno del verano boreal. Los flashes y las barreras electrónicas son nuestras aliadas para mostrar la vida privada de los animales más tímidos y esquivos de nuestra naturaleza ibérica. Estas técnicas requieren un entendimiento más profundo de los esquemas de iluminación de una escena y normalmente conocer bien las costumbres y horarios de asistencia de sus protagonistas. Requieren paciencia y muchas pruebas antes de poder arrojar resultados satisfactorios.
La cambiante luz de las estaciones
Con el avance de nuestro planeta a través de su órbita, las luces van cambiando en todas las latitudes, de manera mucho más acusada en los polos donde se suceden los fenómenos mágicos del sol de media noche o la noche perpetua del ártico, donde la luz parece no variar mucho y mantenerse rasante o justo debajo del horizonte de manera sostenida en el tiempo (los amantes del círculo polar).
Primavera: la luz del renacer
La primavera trae una luz fresca y vibrante que acompaña la explosiva actividad de la naturaleza. Los días son más largos, y la luz tiene un equilibrio entre calidez y frialdad. Se sucede una frenética explosión de vida. Es el comienzo de la temporada de fotografía macro con la vuelta de los insectos, el florecer de las orquídeas, los lirios y los jaramagos… y los vuelos frenéticos de los paseriformes.
Canícula: luz dura y desafiante
El verano ofrece días largos y luz intensa, lo que puede dificultar la fotografía en horas centrales. Sin embargo, los amaneceres y atardeceres de verano son espectaculares, con cielos despejados y colores vibrantes.
Es un momento perfecto para poder acercarte a las aves estivales que llegan con el buen tiempo. Aprovechando las hora más frescas del día, puedes retratar a estos animales en sus quehaceres diarios, o decantarte por experimentar con las claves altas recortándolos contra el cielo blanquecino del verano. En las noches estivales del hemisferio norte el centro galáctico adorna la bóveda celeste con su inmarcesible y enigmática belleza.
Otoño: paleta cálida y suave en la naturaleza
El otoño transforma la luz, que se vuelve más suave y dorada durante todo el día. Los paisajes se tiñen de tonos cálidos: amarillos, naranjas y rojos.
Excelente oportunidad para buscar la fauna del bosque, macrofotografía de setas y hongos, los reyes de la temporada otoñal, con sus texturas y colores de fantasía, así como los suculentos frutos de esta temporada. Es el momento de la migración postnupcial de las aves, ideal para estar al tanto del cruce de algunas de ellas por nuestras latitudes como por ejemplo los milanos negros o el regreso de las grullas de sus cuarteles estivales hasta nuestras latitudes. Las famosas «trompetas que barruntan el invierno«.
Hibernus: luz fría y las sombras azules
El invierno ofrece una luz muy particular: fría, de bajo ángulo y con sombras alargadas, pero también nublados que aplanan texturas y suavizan contornos. Las horas de luz son menos que en otras épocas, pero la atmósfera es única.
En invierno la vida continúa, acércate a las texturas de la escarcha durante las mañanas más frescas, y cuando empiece a calentar el sol podrás ver, si te fijas, que el campo sigue vivo, hay mariposas, hormigas y otros seres pequeños que mantienen su rutina incluso en esta época. Llegaron las aves invernantes a la Península Ibérica, como los túrdidos (zorzales o mirlos capiblancos) y aves tan elegantes como los petirrojos. Aprovecha los amaneceres para captar la niebla que sale del agua al calentarse ésta con la incidencia de la luz solar, es un recurso que da mucho juego creativo.
Todas las luces caben en un arcoíris. La naturaleza alberga todas las combinaciones posibles.
La luz es la esencia de la fotografía, y entender sus cambios a lo largo del día y las estaciones permite no solo mejorar técnicamente, sino también conectar más profundamente con la naturaleza. Cada momento ofrece una oportunidad única para lo que hay que tener muy claro que manejarla tiene que permitirnos expresar lo que buscamos de esa imagen.
Explorar cómo la luz transforma la fauna y su hábitat natural no solo enriquece nuestro archivo fotográfico, sino también nuestra mirada como narradores visuales. Cada imagen es un testimonio del tiempo, el entorno y la belleza efímera que nos regala la naturaleza. Y si no, echad un vistazo a este resumen que hace nuestro amigo el prestigioso fotógrafo José Benito Ruiz hablando de cómo lidiar con la niebla en el arte (incluida la fotografía).
