La firma de un tratado y una “raya” imaginaria trazada sobre un mapa cambiaron para siempre la historia del mundo. Sucedió en 1494, y tuvo lugar en una localidad vallisoletana que, a lo largo de los siglos, vio pasar a personajes tan destacados como los Reyes Católicos, Juana la Loca o Napoleón. Esta es la historia de Tordesillas, uno de los municipios que forman parte de la Ruta de Rueda, donde historia y vino han maridado a la perfección durante centurias…
Paseando hoy por sus hermosas y tranquilas calles, con el rumor de las aguas del Duero arrullando al visitante, resulta difícil imaginar que la hoy pequeña localidad, de apenas 9.000 habitantes, fuera durante siglos uno de los enclaves más destacados de la Corona de Castilla, sede del poder real durante más de dos centurias y aposento de reyes, príncipes y otros dignatarios en sus dos palacios reales. De hecho, fue aquí, en este apacible lugar, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Valladolid, donde en las postrimerías del siglo XV tuvo lugar uno de los episodios más trascendentales para la historia de la humanidad: el “reparto del mundo” entre las dos grandes potencias de la época –Castilla y Portugal–, en virtud al tratado que lleva el nombre de la villa.
Un acuerdo que cambió el mundo
La llegada de Colón a la Península en marzo de 1493 tras su primer viaje transoceánico iba a cambiar, de forma radical, el devenir de la historia universal. Su aventura marítima hacia el oeste desconocido, en busca de una nueva ruta comercial a las Indias, supuso un varapalo inesperado para Juan II de Portugal, que llevaba varios años enviando sus naos en dirección a la India rodeando el continente africano.
Así pues, cuando la noticia del éxito colombino llegó a oídos del monarca luso –el propio Colón le informó personalmente, al arribar a Lisboa tras una primera escala en las Azores–, éste no tardó en reclamar para sí las nuevas tierras, invocando los acuerdos alcanzados en 1479 con motivo del Tratado de Alcáçovas. Los Reyes Católicos, que para entonces ya estaban también al tanto del descubrimiento, rechazaron aquella reclamación del rey portugués, por lo que urgía llegar a un acuerdo sobre el reparto de los territorios, bajo el arbitrio del Papa, que en aquellas fechas era el recién elegido Alejandro VI, el pontífice español del clan Borgia y amigo personal de Fernando el Católico.
En aquellas tempranas fechas Colón no sabía ubicar todavía con exactitud la posición de las nuevas tierras descubiertas, y de hecho pasarían aún varios años antes de que se llegara a la conclusión de que aquellos territorios no eran las Indias, si no un nuevo continente hasta ahora ignorado. Pese a todo, el tiempo apremiaba y se hacía necesario dar solución al problema del reparto de los dominios de las dos grandes potencias marítimas, Castilla y Portugal.
El Tratado de Alcáçovas había reconocido a España el control de las islas Canarias y a Portugal el de Azores, Madeira, Cabo Verde y la costa africana, pero resultaba insuficiente a la luz de los nuevos descubrimientos. Ya durante su primer encuentro en Barcelona con los monarcas españoles, poco después del regreso de su viaje inicial, el almirante Colón sugirió a los reyes que las bulas que debía promulgar el papa Borgia incluyeran una “raya” vertical que, pasando por las Azores y Cabo Verde, separara en dos hemisferios, uno occidental y otro oriental, el mundo conocido, que ahora veía ampliar sus horizontes merced al “Descubrimiento”.
Por medio de varias bulas –las llamadas “bulas alejandrinas”–, Alejandro VI aceptó las peticiones de los monarcas españoles, otorgando la soberanía de las nuevas tierras descubiertas a Isabel y Fernando –al tiempo que les concedía derechos de evangelización sobre las mismas–, aunque introdujo una variación a la sugerencia de Colón sobre un meridiano que atravesase las Azores y Cabo Verde. Así, en su segunda bula Inter Caetera, el papa Borgia propuso que dicha “raya” estuviera 100 leguas al oeste de la propuesta por Colón, de forma que los portugueses pudiesen regresar desde su posesión africana de La Mina sin temor a cruzar aguas en posesión de Castilla.
Las negociaciones parecían así bien encauzadas, y se estableció que la firma del tratado se llevase a cabo ese mismo año en la vallisoletana villa de Tordesillas. Allí se reunieron los embajadores del monarca portugués con los de los Reyes Católicos, donde las disputas continuaron hasta que se decidió, finalmente, que la “raya” se situaría a 370 millas al oeste de Cabo Verde, quedando todos los territorios al este de dicha línea en posesión de Portugal, y los del “lado” oeste, en manos de los monarcas de Castilla y Aragón. Los Reyes Católicos no podían imaginar entonces que la disposición de la “raya” permitiría a los portugueses reclamar, pocos años después, los territorios sudamericanos de lo que hoy es Brasil.
La firma del Tratado de Tordesillas tuvo lugar el 7 de junio de 1493 en las que hoy se conocen como “Casas del Tratado”, dos edificios que fueron restaurados en 1994 y que hoy albergan un completo museo dedicado a aquel decisivo hecho histórico que cambió para siempre los destinos de España, Portugal y el resto del mundo.
La prisión de la reina Juana
Sin duda alguna, los hechos relacionados con la firma del Tratado de Tordesillas constituyen el evento más importante de todos cuanto tuvieron lugar en la bella y apacible villa vallisoletana. Pero no fue éste, ni mucho menos, el único episodio destacado de la historia de España que se produjo en la localidad. Un buen ejemplo de ello nos lo ofrece, por ejemplo, el Palacio Real, que durante varios siglos fue escenario de multitud de eventos de gran relevancia para la historia de nuestro país.
A mediados del siglo XIV el rey Alfonso XI había mandado construir en la villa un primer palacio mudéjar, bautizado como Pelea de Benimerín, pero cuando este recinto fue convertido en monasterio de Santa Clara –hablaremos de él más adelante–, el monarca Enrique III decidió levantar hacia 1400 un nuevo palacio cuya fachada principal mirara a las aguas del Duero.
Así fue como, muy cerca del lugar donde más tarde se levantarían las casas en las que se firmaría el Tratado de Tordesillas, se construyó un nuevo centro del poder real de Castilla, que jugaría un papel destacado durante casi dos siglos.
Entre sus muros, por ejemplo, pasó buena parte de su reinado Juan II de Castilla, quien haría del recinto uno de los centros políticos más importantes de la Corona; también ocuparon el palacio en varias ocasiones los Reyes Católicos, en especial durante la Guerra de Sucesión, aunque quien pasó más tiempo entre sus muros, como una cautiva, fue la reina Juana I de Castilla, que quedó recluida allí durante más de cuatro décadas.
Tras la muerte de Isabel la Católica en Medina del Campo en 1504 [ver anexo], su hija Juana I de Castilla fue proclamada reina, aunque a raíz de la Concordia de Salamanca fue obligada a compartir la corona con su padre Fernando y su marido, Felipe el Hermoso. Apenas dos años después de la muerte de su marido, sus allegados no tardaron en declararla incapacitada para el gobierno debido a una supuesta enfermedad mental, razón por la cual su padre ordenó que fuese retenida en el palacio real de Tordesillas, a donde llegó en 1509 acompañada de su hija Catalina y el cadáver de su esposo, que quedó enterrado en el monasterio de Santa Clara.
En la villa vallisoletana pasaría los siguientes 46 años de su vida, convirtiéndose así Tordesillas en capital del reino, aunque la vida de Juana estaría muy alejada de lo que uno cabría esperar de la corte castellana: quedó aislada en la parte más privada del palacio, se le prohibió visitar los restos de su esposo en el cercano monasterio, y los nobles –en especial el marqués de Denia– y religiosos que debían velar por su cuidado la trataron siempre con desprecio y malas formas. Por si fuera poco, su propio padre y su hijo Carlos se apropiaron sin miramientos de sus riquezas, y las escasas visitas que recibía de la familia real no se debían al cariño, sino que buscaban siempre algún beneficio.
En Tordesillas recibió la visita de su hijo Carlos en varias ocasiones, la primera de ellas en noviembre de 1517, cuando se desplazó hasta allí para obtener el reconocimiento de su madre para gobernar el reino, cosa que consiguió meses más tarde, como es bien sabido. La pobre Juana, reina sólo por el título, pasó sus días en el palacio real de Tordesillas sin oponerse a los designios políticos de quienes la habían apartado del ejercicio del poder, y ni siquiera cuando los comuneros asaltaron el palacio en 1520 con la intención de derrocar a Carlos I y devolverle el poder, accedió ella a firmar los documentos que les permitirían conseguir sus aspiraciones, frustradas por la llegada de las tropas imperiales a la localidad a finales de ese mismo año.
Tras el fallecimiento de Juana I de Castilla en 1555, el palacio real que había sido su cárcel durante tantos años, no tardó en perder su función palaciega, y fue cayendo en desuso con el transcurso del tiempo, hasta que fue destruido en el siglo XVIII por orden de Carlos III.
El monasterio de Santa Clara
Otro de los hitos histórico artísticos de Tordesillas –son muchos más, pero abordarlos aquí sería tarea imposible–, es el Real Monasterio de Santa Clara, que constituye uno de los ejemplos de arquitectura mudéjar más hermosos y espectaculares de Castilla y León. El origen del recinto hay que buscarlo, como ya avanzamos, en un palacio construido por Alfonso XI hacia 1340 para celebrar la victoria de la Batalla del Salado, con cuyo botín se financió el comienzo de las obras del edificio.
Hoy el complejo, que está bajo el cuidado de Patrimonio Nacional y puede visitarse durante todo el año, sigue dejando boquiabiertos a los visitantes gracias a la belleza de sus formas mudéjares y sus elementos de evidente influencia nazarí, y en el que destacan espacios como el bellísimo patio árabe, adornado con arcos de herradura y lobulados, el espectacular artesonado de la capilla principal de la iglesia, o la cúpula con adornos de lacerías del llamado Salón Dorado o Capilla Dorada.
En su primera época, todavía en vida de Alfonso XI, el palacio original fue usado como residencia por la noble dama Leonor de Guzmán, amante del rey –“La Favorita”–, y madre de diez de sus hijos, entre ellos Enrique II de Castilla, quien sería el primer rey de Castilla de la dinastía Trastámara. Esta joven viuda, rica y de gran belleza –el propio monarca la describió con estas palabras: «Muy rica y muy fija dalgo y era en fermosura la más apuesta muger que avia en el Reyno»– acabó convirtiéndose en la principal consejera del monarca, y su relación se mantuvo hasta la muerte de Alfonso, pese a que este estaba casado con María de Portugal.
Tras el fallecimiento de Alfonso XI, su hijo Pedro I continuó las obras del palacio, pero en 1363 decidió ceder el recinto a sus hijas Isabel y Beatriz, quienes lo convirtieron en un convento, dándole el uso que tendría durante siglos. A partir de entonces, el espacio conventual sirvió de acogida a multitud de damas de la nobleza, como Juana Alfonso de Castilla –que se retiró allí tras enviudar y hacer una generosa donación–, su hija Leonor o su cuñada Juana Manuel, reina viuda de Enrique II.
Otras damas de noble cuna no tuvieron tanta suerte, y no terminaron allí sus días por propia voluntad, sino como castigo por algún crimen. Ese fue el caso de Leonor Téllez de Meneses, suegra de Juan I de Castilla, que fue acusada de conspirar contra el monarca; idéntica suerte corrió Leonor de Alburquerque, a quien su yerno Juan II de Castilla decidió encerrar en el convento como castigo por haberle traicionado.
La lista de personajes destacados que pusieron su pie en el Real Monasterio de Santa Clara sería casi interminable, pero hay uno que sobresale en los últimos siglos. En diciembre de 1808, en plena Guerra de la Independencia, el mismísimo Napoleón Bonaparte se vio obligado a hacer noche en el convento a causa de una fortísima nevada que le había impedido continuar viaje hasta la cercana Valladolid. Fue tan sólo una jornada, del 25 al 26 de diciembre de aquella sombría Navidad marcada por la guerra, pero no por ello dejó de tener su trascendencia.
Según se cuenta, la anciana madre superiora del convento en aquel entonces, María Manuel Rascón, acompañó durante varias horas a Bonaparte, y consiguió convencer a éste para que dejase libres a tres hombres –al menos uno de ellos sacerdote, según las fuentes– que estaban prisioneros de las tropas francesas en el recinto del convento.
Un último ejemplo de la riqueza histórica de Tordesillas, una villa que, por sus reducidas dimensiones, hoy puede parecer modesta a ojos actuales, pero que a lo largo de los siglos se reveló, gracias a los avatares históricos que allí tuvieron lugar, como uno de los enclaves más importantes no sólo de Castilla y la Península, sino de todo el planeta.
OTROS RINCONES DE LA RUTA DE RUEDA
Tordesillas es sólo uno de los diecinueve municipios que forman parte de la llamada Ruta del Vino de Rueda, una iniciativa turística que nació en el año 2013 y que se apoya en dos pilares tan destacados como son el patrimonio histórico y el vino vinculado derivado de la denominación de origen Rueda. La ruta se extiende por tres provincias: Ávila, Segovia y Valladolid, aunque especialmente esta última, y además de incluir veintinueve bodegas visitables en las que el vino de uva verdejo –con once siglos de historia a sus espaladas– es el protagonista, constituye un recorrido sorprendente por una larga lista de municipios con una relevancia histórica de gran calado, muchos de ellos vinculados estrechamente con Isabel la Católica.
Además de Tordesillas, vinculada como hemos visto con hechos tan trascendentes como el tratado que lleva su nombre, pero también a los Reyes Católicos y a su hija Juana I de Castilla, entre otros muchos personajes históricos, destacan en la ruta hitos como Medina del Campo, donde se ubica el imponente castillo de la Mota, que también sirvió de prisión a Juana y a otra gran figura de la época, César Borgia, hijo del papa Alejandro VI; en Medina, además, se puede visitar todavía el Palacio Testamentario de Isabel la Católica, pues fue allí donde la reina pasó sus últimos días, y donde dejó escrito su testamento antes de expirar, y además la Villa de Ferias fue también escenario de uno de los principales sucesos de la Guerra de las Comunidades, la llamada Quema de Medina.
En Arévalo (provincia de Ávila), Isabel la Católica se sintió como en casa –se refirió a ella como «La mi villa de Arévalo»–, pues no en vano se asentó allí con su familia tras la muerte de su padre Juan II, y aquí forjó su amistad con su gran amiga, Beatriz de Bobadilla. De nuevo en la provincia de Valladolid, en Madrigal de las Altas Torres, encontramos otro vínculo con la reina católica, y no es menor: no en vano, fue en esta localidad donde nació la monarca y donde residió los primeros años de su vida, pues su padre solía pasar en ella largas temporadas.
Un último ejemplo –aunque podríamos seguir con todas las localidades que dan forma a la ruta– lo encontramos en la villa de Olmedo, en la comarca de Tierra de Pinares. El municipio no sólo sirvió de inspiración a Lope de Vega para crear su célebre obra El caballero de Olmedo –existe una casa en la localidad que lleva el nombre de la tragicomedia, convertida en una espectacular experiencia interactiva que nos descubre la obra de Lope, pero también el Siglo de Oro español–, sino que también fue escenario de importantes eventos históricos, pues fue objeto de disputas entre Castilla y Aragón, lo que dio lugar a la Batalla de Olmedo (1445), entre otros episodios.
Más información: Ruta de Vino de Rueda
CIGALES, EL VINO DEL REY
La provincia de Valladolid es tierra de vinos, como bien demuestra la presencia de muchos de sus municipios en las apreciadas denominaciones de origen de Rueda, Ribera del Duero y Cigales. Esta última es célebre por ser considerada la “cuna del clarete”, vinos rosados que se producen desde una fecha tan temprana como el siglo X. Aunque el popular “clarete” ha sido injustamente denostado durante mucho tiempo, la D.O. de Cigales ha encumbrado sus caldos a un nivel de excelencia, y no es de extrañar, pues sus vinos fueron apreciados incluso por los reyes españoles. Tanto es así, que el vino de la región de Cigales se convirtió en el consumido por la corte de Felipe III cuando ésta se trasladó a Valladolid a comienzos del siglo XVII.
No es esta la única conexión con la historia de la comarca vallisoletana de la Campiña de Pisuerga. Los diferentes municipios que forman parte de la Ruta de Cigales cuentan con un importante patrimonio monumental e histórico que unen al vino de la comarca con diferentes episodios de nuestro pasado. Así, a tan sólo 6 kilómetros de Valladolid, en la localidad de Fuensaldaña, encontramos el castillo del mismo nombre. Se trata de una construcción defensiva levantada a partir de 1451 por Alonso Pérez de Vivero, contador mayor del rey Juan II de Castilla. Cuando Pérez de Vivero murió asesinado dos años después, fue su hijo, Juan de Vivero, quien finalizó la obra. Éste pasó definitivamente a la historia cuando los futuros Reyes Católicos se casaron en las casas que Vivero tenía en Valladolid. En época reciente, el castillo fue parador de turismo, y más tarde sede de las Cortes de Castilla y León entre 1983 y 2007.
En Cigales, localidad que da nombre a la denominación de origen, tuvieron lugar numerosos hitos históricos: aquí nació la emperatriz Ana de Austria –hija del emperador Maximiliano II y María de Austria–, que se convertiría años después en cuarta esposa de su tío, el rey Felipe II. Cigales fue también residencia en el año 1813 del rey José Bonaparte I, cuando hermano de Napoleón estableció aquí su cuartel general, y dicen las malas lenguas que aquí recibió su apodo de “Pepe Botella”, por su descontrolada afición al vino.
Anécdotas al margen, Cigales cuenta también con un patrimonio espectacular, como lo demuestra la iglesia de Santiago, conocida popularmente como “Catedral del Vino”, un templo de estilo renacentista obra de Gil de Hontañón, que se finalizó 200 años después del comienzo de las obras, gracias a la donación de oro que realizó el obispo de Guadalajara (México) Fray Antonio Alcalde, nacido en la localidad.
En la cercana localidad de Cabezón de Pisuerga se encuentra otra de las joyas patrimoniales de la comarca, el monasterio cisterciense de Santa María de Palazuelos. En su claustro se celebraron los Acuerdos de Palazuelos, en virtud de los cuales se estableció la regencia y tutoría del rey Alfonso XI cuando este tenía sólo 6 años. Entre los visitantes más ilustres del cenobio estuvo también Felipe II, que lo visitó en varias ocasiones, por ejemplo, mientras viajaba de Madrid a Tarazona (Zaragoza) para celebrar las Cortes de 1592.
También se alojó entre sus muros Felipe IV, acompañado de sus tropas, cuando en julio de 1638 se dirigía a Fuenterrabía para poner fin al asedio de las tropas francesas. El monasterio fue incendiado durante la Guerra de la Independencia, y su declive se acentuó aún más con motivo de la desamortización de Mendizábal. En 2012 se dio inicio a su restauración, y en la actualidad acoge visitas turísticas y espectáculos musicales, entre otros eventos.
Más información: Ruta del Vino de Cigales
GUÍA PRÁCTICA
- PARA COMER: Restaurante La Botica de Matapozuelos. Establecimiento familiar en el que dos generaciones (padre e hijo) han conseguido elevar este singular espacio –una antigua casa de labranza de 1876– a un auténtico templo gastronómico en plena Ruta de Rueda. Con el chef Miguel Ángel de la Cruz a sus mandos, La Botica ha conseguido nada menos que una estrella Michelin y dos soles Repsol, entre otros muchos reconocimientos.
- PARA DORMIR: Hotel Castilla Termal Balneario de Olmedo. Ubicado en la villa famosa por la obra de Lope, este singular establecimiento de cuatro estrellas se levanta sobre las ruinas del antiguo convento de Sancti Spiritus del siglo XII, y combina la singularidad del antiguo convento mudéjar con dos modernas edificaciones totalmente integradas.
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