Mezcla perfecta de tradición y vanguardia, la capital catarí se presenta como un auténtico oasis de cultura en la que brillan nuevos museos, tiendas de lujo y algunos de los nuevos iconos de la arquitectura de vanguardia.
El paseo está resultando un momento de paz por el distrito de Msheireb, en el centro de Doha, un ordenadísimo e impoluto damero de calles y edificios modernos donde todo está tan limpio y cuidado, que por momentos uno siente que está caminando por el plató de un rodaje de Hollywood. De pronto, la calma casi absoluta se ve levemente alterada por el agradable ronroneo de un motor, el que surge de las tripas de una flamante pickup de color azul eléctrico.
Es, a todas luces, un vehículo moderno, pero por sus líneas y diseño, podría pasar por un coche estadounidense de los años 50 que acaba de salir de la fábrica. Cuando el coche se detiene ante un semáforo en rojo, su conductor, un catarí ataviado con la túnica tradicional, blanquísima, nos descubre ensimismados ante su precioso y carísimo coche, y de inmediato nos saluda mientras sonríe orgulloso de su vehículo, antes de arrancar de nuevo haciendo rugir suavemente el motor.
Probablemente, hace poco más de 50 años los abuelos de este catarí se desplazaban en camello por este mismo lugar, donde sólo había viviendas tradicionales y una pequeña población de beduinos dedicados al cultivo de la perla y a la pesca. Hoy Msheireb es un barrio residencial y comercial, ocupado por lujosos hoteles de grandes cadenas hoteleras, oficinas y tiendas de lujo y, además, presume de ser el primer barrio inteligente y sostenible del planeta.
Todo cambió en la década de los 40 del siglo pasado, cuando se descubrió que Qatar poseía en su territorio una gigantesca reserva de petróleo y gas, dando lugar a una revolución económica y social que en los últimos años ha transformado el pequeño país árabe en un auténtico oasis de riqueza y cultura en medio de un desierto bañado por las aguas del golfo pérsico.
Desde entonces y hasta la actualidad, Catar –con una superficie similar a la de la región de Murcia y con algo menos de tres millones de habitantes, la mayoría extranjeros–, se ha convertido en el país con la mayor renta per cápita del mundo, y su territorio en un sorprendente enclave plagado de cientos de rascacielos diseñados por los arquitectos más prestigiosos del planeta.
El país árabe estuvo en boca de todos hace apenas año y medio, cuando acogió el primer Mundial de Fútbol celebrado en un país árabe, y hoy sigue apostando por la celebración de eventos internacionales, tanto culturales como deportivos –estos días ha sido noticia de nuevo por ser la sede del Mundial de Natación 2024–, por lo que una visita a sus múltiples maravillas lo convierte en un destino ideal para los amantes del arte, el deporte, la cultura y las compras, pero también para quienes desean descubrir un rincón del planeta ubicado a camino entre Oriente Medio y Asia.
Una gigantesca rosa del desierto
Hasta 2004, hace tan sólo 20 años, si el viajero paseaba por las calles de Doha no encontraba un rascacielos en su horizonte (el primero se levantó ese mismo año en la zona de West Bay). Hoy la estampa es bien distinta: cientos de moles gigantescas de acero y cristal se acumulan en la capital catarí, creando una estampa insólita y futurista, cuyo skyline se refleja de forma espectacular por la noche en las aguas del golfo. Recién aterrizados en el país, las sorpresas no se hacen esperar.
Tan sólo unos minutos después de dejar atrás el Aeropuerto Internacional Hamad –un recinto diseñado por el estudio estadounidense Hok, y que podría considerarse una gigantesca obra de arte en sí mismo– en dirección a la ciudad, el primer hito de la nueva Doha no tarda en aparecer ante el visitante: el Museo Nacional de Catar, diseñado por el premio Pritzker Jean Nouvel para imitar el aspecto de una enorme rosa del desierto. Inaugurado en 2019, el museo está dedicado a mostrar la historia del país, desde la prehistoria hasta nuestros días, pero también las principales muestras de su cultura y la increíble transformación experimentada por el pequeño emirato en el último medio siglo.
Compuesto por numerosas formas discoidales que le confieren ese singular aspecto de rosa del desierto gigante, al exterior su estampa resulta cautivadora. Una vez en sus entrañas, el asombro no disminuye. A lo largo de varias salas repletas de objetos históricos y enormes paneles interactivos, los 40.000 m2 de exposición ofrecen un recorrido apasionante sobre el país y su cultura. El edificio se levanta en el recinto que ocupó durante décadas el palacio del jeque Abdullah Bin Jassim Al-Thani y más tarde la sede del gobierno. Hoy está dirigido por la hermana del actual jefe del estado, la jaquesa Amna Bint Abdulaziz Bin Jassim Al Thani.
Siguiendo por el paseo de la Corniche (el paseo marítimo por el que pasean cada día multitud de turistas y locales) encontramos otro museo de excepción, también diseñado por un arquitecto de renombre internacional. Se trata del Museo de Arte Islámico, proyectado por Ieoh Ming Pei, creador de la pirámide del Louvre. El edificio, levantado sobre una isla artificial en aguas del golfo y a un paso del MIA Park, una de las mayores zonas verdes de Doha.
Para su construcción, Ming Pei se inspiró en distintos edificios islámicos, y especialmente en la mezquita Ibn Tulun, de El Cairo. Las líneas del recinto son espectaculares en el exterior y quedan realzadas por un acogedor entorno adornado por pasarelas, estanques y las vistas de los rascacielos de la ciudad, pero el interior no se queda atrás.
Con un enorme espacio diáfano distribuido en varias plantas, la colección del museo realiza un fascinante recorrido por la historia del islam, mostrando piezas traídas desde distintos puntos del planeta (Irán, India, Turquía, Egipto e incluso la antigua Al Ándalus), dando forma a un a delicada selección de obras de arte que incluye objetos de cerámica, manuscritos, joyas, armaduras y otros tesoros singulares.
No es el único atractivo del recinto: en la planta superior se encuentra IDAM, el restaurante dirigido por el chef francés Alain Ducasse, que además de contar con una carta repleta de platos exquisitos, ofrece una de las mejores vistas de la Corniche y el skyline futurista de la ciudad.
De la Ciudad de la Educación al barrio de la cultura
El esfuerzo que las autoridades del emirato han hecho por presentar al país como un nuevo centro de cultura y conocimiento se hace patente también en otros lugares de la capital. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la llamada Ciudad de la Educación, un distrito que aglutina buena parte de las instituciones dedicadas al estudio y la investigación.
Uno de sus emblemas más destacados es la Biblioteca Nacional, ubicada en otro edificio que se ha convertido ya en hito de la arquitectura de vanguardia. En este caso diseñado por el holandés Rem Koolhaas (otro galardonado con el Premio Pritzker, y aún quedan unos cuantos más), el recinto tiene una superficie de unos 45.000 m2, distribuidos en un gigantesco espacio diáfano que permiten contemplar de un único vistazo los más de 800.000 volúmenes que custodia la biblioteca.
La entrada es gratuita, y además de la posibilidad de disfrutar del vistoso ejemplo de arquitectura, el edificio permite también descubrir una apasionante colección de manuscritos, atlas y otros documentos históricos singulares.
Continuamos ahora la ruta en dirección al Katara Cultural Village (el barrio cultural de Katara), otro distrito de reciente construcción en el que encontramos terrazas con vistas a los omnipresentes rascacielos de la capital, clubs nocturnos y tiendas de moda y diseño, pero también recintos volcados en el mundo de la cultura. Aquí es posible visitar distintas galerías de arte, como la Qatar Museums Gallery –con un fondo de obras de arte de artistas nacionales e internacionales–, pero también salas de conciertos, teatros, un enorme anfiteatro al aire libre de aires clásicos, y dos bellísimas mezquitas.
La primera es la llamada Mezquita de Oro, que recibe su nombre por estar cubierta con azulejos dorados, mientras que la segunda es la Mezquita de Katara (su diseño es obra del arquitecto turco Zeynep Fadilloglou, que se inspiró en el impresionante palacio de Domalbaçe, en Estambul).
El primer barrio sostenible del planeta
También muy cerca de la Corniche, a escasa distancia del Museo de Arte Islámico y las aguas del golfo, se levanta otro de los símbolos de la nueva Doha. Es el distrito de Msheireb, el primer proyecto de regeneración sostenible realizado en un centro urbano de todo el planeta. Los cataríes saben bien lo que supone lidiar con temperaturas extremas –una circunstancia que no hace sino empeorar cada año debido al cambio climático–, y este nuevo barrio –se empezó a construir en 2010– se diseñó teniendo en cuenta todos los estándares de sostenibilidad actuales, que, además, han servido para crear espacios frescos de forma ecológica y eficiente, además de incluir características propias de las futuras Smart Cities o ciudades inteligentes.
El paseo por las calles de este barrio permite descubrir además algunos de los hoteles más modernos y lujosos de Doha, como el Park Hyatt o el Mandarin Oriental –ubicado en la plaza Barahat, que se diseñó para que siempre estuviera a la sombra–, pero tampoco faltan aquí rincones volcados con el arte y la cultura: entre sus calles podemos encontrar la Msheireb Galleria o el Centro M7 –gestionado por la fundación que preside la jaquesa Al Mayassa), así como las Casas Museo del Patrimonio, un espacio museístico levantado en varias viviendas típicas del siglo XX que han sido restauradas y hoy ofrecen un interesante centro de interpretación en el que podemos conocer cómo era la vida en Catar antes de la revolución económica y social que trajo el hallazgo de petróleo y gas en el país árabe.
El agradable paseo por Msheireb nos conduce ahora hasta otro lugar emblemático de Doha, el Souq Waqif (zoco tradicional). Destruido parcialmente por un incendio ocurrido en 2006 y reconstruido poco después, este singular espacio permite a los visitantes adentrarse en un laberinto de callejuelas que ofrecen una estampa típica de mercado callejero, con multitud de tiendas, restaurantes y teterías. En algunas de estas últimas es posible descubrir una de las pasiones de los cataríes, la Dama, un juego de mesa muy similar al de las Damas que conocemos en Occidente.
Las calles del souq están distribuidas por callejones especializados en todo tipo de productos, de tal modo que hay calles y establecimientos dedicados en exclusiva a la venta de perfumes, alfombras, especias, joyas e incluso halcones. De hecho, la cetrería es una de las pasiones de los cataríes, siendo habitual que las familias regalen a los hijos varones uno de estos majestuosos animales cuando alcanzan cierta edad. Tanto es así, que en el souq es posible encontrar un área dedicada a su venta y cuidado, contando incluso con hospitales para estas aves que aquí tienen categoría de símbolo nacional.
Deporte y arquitectura de vanguardia
Las reservas petrolíferas y de gas de Catar son enormes, pero no infinitas, y las autoridades cataríes son bien conscientes de ello (se calcula que las reservas de crudo durarán un par de décadas, mientras que el gas podría seguir explotándose durante unos 80 años). Por esta razón, el emirato ha dado muestras de una encomiable visión de futuro al apostar su desarrollo para tiempos venideros en otros ámbitos alejados de la explotación de combustibles fósiles.
En este sentido, resulta patente que entre sus grandes apuestas se encuentran el turismo y los eventos deportivos. Si 2022 fue el Mundial de Fútbol el que atrajo todas las miradas hacia el país de la perla, en 2023 le tocó el turno a la Copa Asiática de Fútbol (AFC), y en este 2024 ha acogido ya el Mundial de Natación y a lo largo del año recibirá a participantes y público de otras citas destacadas, como la Copa del Mundo de Gimnasia Rítmica (19-20 de abril), el Gran Premio de Moto GP de Catar (8-10 de marzo) o el Gran Premio de Fórmula 1 (28 a 1 de diciembre), entre otras competiciones de alcance internacional.
Todas estas citas deportivas –y otras anteriores– han dado lugar, en muchos casos, a la construcción de modernos edificios de líneas futuristas, que hoy atraen las miradas de turistas y no pocos amantes de la arquitectura de vanguardia. Uno de los primeros ejemplos es la Aspire Tower –también conocida como la Antorcha de Doha–, uno de los símbolos de los XV Juegos Asiáticos, que se celebraron en la capital catarí en 2006. Con sus 300 metros de altura, este singular edificio, diseñado por el arquitecto Hadi Simaan, sigue siendo hoy uno de los más altos del país.
El Mundial de Fútbol de 2022 impulsó también, como es lógico, la construcción de un buen número de nuevos estadios que hoy forman parte del impresionante legado arquitectónico de la “nueva Doha”. Entre los más señalados se encuentran el estadio Al Janoub, diseñado por la desaparecida Zaha Hadid y su estudio, el estadio Al Thumama, un proyecto del arquitecto Ibrahim Jaidah inspirado en un taqiyah (un gorro tradicional de Oriente Medio), o el estadio internacional Al Khalifa (obra del arquitecto Dar Al-Handasah).
Precisamente, en uno de los edificios anexos a este último estado se levanta otro lugar de visita imprescindible: el 3-2-1 Qatar Olympic & Sports Museum, un recinto diseñado por el arquitecto español Joan Sibina. De líneas llamativas y dinámicas, este museo dedica sus casi 20.000 m2 a realizar un repaso de la historia del deporte, al tiempo que propone un inolvidable e inspirador viaje interactivo por los Juegos Olímpicos.
LUSAIL: LA OTRA PERLA DE CATAR
En la primera década del siglo XX, Lusail era una diminuta población a 25 km de Doha, en la que el jeque Jassim se había establecido acompañado por varias tribus aliadas, levantando una pequeña fortificación bautizada como Fuerte del Fundador. Un siglo más tarde, en 2005, las autoridades del emirato anunciaron los planes de desarrollo de aquel pequeño asentamiento, que hoy se ha convertido ya en la segunda ciudad más poblada de Catar y en su capital económica. Todavía en construcción –aunque en una fase ya muy avanzada–, la nueva Lusail acogerá cerca de medio millón de personas, entre residentes y trabajadores que de desplazarán hasta allí cada día.
Entre los hitos arquitectónicos de esta nueva ciudad del desierto, ubicada también a orillas de las aguas del golfo Pérsico, se encuentra el estadio Lusail, una de las sedes del Mundial de Fútbol. Otros de sus símbolos más reconocibles son las Katara Towers, dos torres que simulan una media luna, y que albergan en su interior sendos hoteles de cinco y seis estrellas: el Fairmont Doha y el Raffles Doha, acompañados de otras instalaciones de lujo, como restaurantes, cines y tiendas de todo tipo.
Pese a su hermosa e imponente estampa, las Katara Towers tienen un “rival” muy cerca de allí: se trata del complejo Lusail Plaza Towers, un recinto empresarial compuesto por cuatro torres de oficinas diseñadas por el prestigioso arquitecto Norman Forster y su estudio. Dos de estas magníficas atalayas, la torre 3 y la torre 4, pueden presumir, además de un hermoso diseño en espiral, de ser las construcciones más altas de todo el emirato, pues alcanzan 301 metros de altura. Toda una proeza si tenemos en cuenta que la obra se inició en 2020 y quedó acabada en otoño de 2023.
AVENTURA POR LAS DUNAS
Hasta hace sólo unas décadas, los cataríes estaban acostumbrados a vivir como nómadas en el desierto, una forma de vida que la mayor parte de la población del emirato ha abandonado para disfrutar de las comodidades de Doha y otras ciudades. Sin embargo, orgullosos de su pasado beduino, buena parte de los habitantes de Catar gusta de regresar al desierto en su tiempo libre, siendo habitual encontrar entre las dunas jaimas modernas y confortables autocaravanas a las que acuden para disfrutar de sus días de descanso, al tiempo que enseñan a las nuevas generaciones cómo era la forma de vida de sus antepasados.
El turista tiene la oportunidad también de descubrir en parte esta forma de vida, y una de las experiencias más llamativas –y divertidas– pasa por realizar una excursión al desierto de Khor Al Adaid, donde se encuentra el llamado Mar Interior de Qatar, a sólo 70 km de Doha. Allí es posible participar en una adrenalínica ruta en 4×4 para trepar y deslizarse por las dunas, para después disfrutar de un relajante baño en la playa de Khor Al Adaid, muy cerca de la frontera con Arabia Saudí.
Una buena manera de rematar la jornada es disfrutar de un paseo en camello y, finalmente, disfrutar de la puesta de sol rodeado por las arenas del desierto mientras degustamos una deliciosa cena cena tradicional en alguno de los establecimientos de este rincón catarí sobrado de encanto.
Más información: Visit Qatar