Lejos de la estampa habitual de tierras castellanas, el norte de la provincia de Burgos ofrece al visitante un territorio repleto de paisajes tallados por el agua: cuevas enigmáticas, manantiales de aguas turquesas y rutas llenas de cascadas salpican un entorno natural de belleza incomparable.
Las razones que le llevaron a hacer tal cosa son un auténtico enigma, pero hace unos 2.600 años, un joven local, pertrechado únicamente con una antorcha, se aventuró en las intrincadas y oscuras cavidades que forman la red subterránea de cuevas de Ojo Guareña.
En algún momento del recorrido, no muy lejos de la boca de entrada, el fuego de la tea se extinguió de pronto, y aquella jugarreta del destino se cobró la vida del muchacho, cuyo esqueleto fue descubierto más de dos milenios y medio después, en 1976, a “sólo” 400 metros de la salida. Nadie sabe bien por qué el joven decidió penetrar en la oscuridad del recinto, pero su temeraria audacia pone de manifiesto un hecho indiscutible: las cuevas nos sobrecogen tanto como nos fascinan.
Y, sin duda, el complejo kárstico de Ojo Guareña, situado al norte de la provincia de Burgos, en la hermosa comarca de Las Merindades, posee atractivos de sobra para cautivar al visitante. Compuesto por una enmarañada red de galerías subterráneas –unas 400, distribuidas a distintos niveles– que superan los 110 km de longitud, es uno de los mayores complejos de este tipo de España, y también uno de los más importantes del mundo.
Todo un espectáculo geológico tallado durante millones de años por las aguas del Guareña y el Trema, ejemplo perfecto de una Castilla muy alejada del tópico de áridas llanuras pintadas por campos de secano y que, por el contrario, se caracteriza por una estampa plagada de cascadas y paisajes dominados por el agua, en la que abundan vistas repletas de valles, montañas y bosques frondosos plagados de robles, pinos y hayas.
Aguas azules y un pueblo entre cascadas
Para llegar hasta esta “otra” Castilla hay que dejar atrás la capital burgalesa y poner rumbo al norte, en dirección a las comarcas de Páramos, Las Merindades y La Bureba, enmarcadas entre las provincias vecinas de Cantabria, Álava y Vizcaya.
Allí, donde confluyen el valle del Ebro, la Meseta y la cordillera cantábrica, el clima alterna entre lo atlántico y lo mediterráneo, lo que, junto a una orografía que oscila entre los 200 y los 1.700 metros de altitud y cuenta con ríos caudalosos –aquí el Ebro es el rey, nutrido por afluentes como el Nela o el Trema– ha propiciado la aparición de bellos parajes que dan cobijo a infinidad de especies: aquí se pueden contemplar jabalíes, zorros, gatos monteses, ardillas o corzos, pero también buitres leonados, águilas o alimoches, criaturas que conviven en un entorno tapizado por robles, hayas, encinas y pinares.
Una prueba indiscutible de la singularidad geológica de la región espera en la pequeña localidad de Covanera, en el valle del Rudón –otro de los afluentes del Ebro–. Allí, junto a un bosquecillo bañado por las aguas del río, aguardan las tranquilas aguas del Pozo Azul, un bello manantial bautizado así por razones que pronto resultan evidentes para el visitante. Las aguas, de un vistoso color turquesa, son la parte visible de una surgencia que brota de las profundidades. Al otro lado del manantial, bajo la montaña, aguarda a los espeleólogos una gigantesca cueva de la que hasta la fecha solo se han recorrido 14 km.
Semejante maravilla está reservada a espíritus audaces –y bien entrenados–, pero el viajero puede conformarse con otro espectáculo no menos singular y mucho más accesible: el del cercano roquedo de areniscas que ofrecen a la vista bellas formaciones erosionadas, como El Perentón, una roca vertical que semeja un dedo elevado al firmamento. Toda la zona está rodeada de bosques de robles y abedules, y entre la masa montañosa van surgiendo desfiladeros y gargantas esculpidas por el agua y el paso del tiempo, como la que encontramos en la cercana localidad de Pesquera de Ebro, todavía en la comarca de Páramos, y que cuenta con un fantástico mirador.
El nombre del pueblo ya anticipa que el espectacular y gigantesco cañón calizo, que en algunos puntos llega a alcanzar los 250 metros de profundidad, es una obra maestra natural del río más caudaloso de España, tallado con paciencia infinita durante millones de años. Desde el mirador acondicionado junto a la carretera, muy cerca de la localidad, se disfruta de una vista fabulosa del cañón y del río, con un paisaje repleto de desfiladeros, hoces y tajos de gran belleza, pero también permite contemplar el majestuoso vuelo de las rapaces que, como el buitre leonado, tienen su hogar en este entorno, por lo que es fácil distinguirlo planeando en las alturas.
El puente de Dios y La Salceda
Ponemos rumbo al norte y, ahora ya sí, penetramos de lleno en Las Merindades. Esta comarca, que en el Medievo jugó un papel fundamental en el desarrollo de Castilla –fue aquí donde surgió el primitivo condado que daría origen al futuro reino–, goza en la actualidad de un buen número de rincones de visita imprescindible durante una escapada a la zona.
Uno de los enclaves más especiales se encuentra en la localidad de Puentedey, perteneciente al municipio de Merindad de Valdeporres, y antiguamente habitada por los celtas autrigones. El nombre de la villa –que forma parte de la red de Pueblos más bonitos de España– significa «Puente de Dios», y no hay que buscar mucho para entender su origen.
En medio de la villa, un gigantesco arco natural, horadado desde tiempos remotos por las aguas del Nela, atraviesa buena parte del pueblo, como si una mano divina o sobrenatural –así lo creyeron los antiguos moradores de la zona–, se hubiese entretenido en crear semejante obra de ingeniería.
El paseo por las apacibles calles de Puentedey permite disfrutar también de un entorno de gran belleza, así como de otras obras de interés –en este caso hechas por mano humana–, como el vistoso palacio-fortaleza de los Brizuela.
Uno de los principales valores de Las Merindades es su gran valor paisajístico y su biodiversidad, y la mejor forma para descubrirlo consiste en realizar alguna de las numerosas rutas senderistas que atraviesan el territorio. Una de las travesías más vistosas y pintorescas, con una dificultad baja-media y un recorrido circular de apenas 8,5 km, es la Ruta de la Salceda.
Este trazado, que parte de la localidad de Quisicedo –un pueblecito de casas de piedra y caserones solariegos– se adentra durante buena parte de su recorrido en un frondoso bosque salpicado de robles, acebos y abedules, aunque sus rincones más singulares están marcados por hayedos centenarios. Es un bosque denso, húmedo, misterioso, casi siempre acompañado por las aguas del arroyo San Miguel, que discurre entre grandes rocas pulidas por la erosión.
El paseante se topa con la joya de la caminata poco antes de alcanzar la cota más alta, cuando una espectacular cascada –el salto alcanza casi 30 metros– se derrama en medio del bosque con un sonido ensordecedor. Ya en la bajada, fuera de la espesura del hayedo, se disfruta de unas vistas magníficas del Monumento Natural de Ojo Guareña. Y hasta ellas vamos de nuevo.
Las cuevas de esta espectacular red de cavidades –en una de ellas, la llamada Vía Seca, perdió la vida el desdichado joven de la Edad de Hierro hallado en 1976– fueron un lugar sagrado durante milenios, aunque hoy destacan por la belleza de su entorno. Uno de los espacios más visitados es la cueva-ermita de San Tirso y San Bernabé, un santuario rupestre en cuyo interior se pueden contemplar unas llamativas pinturas murales con escenas de la vida y milagros de ambos santos.
Desde allí mismo se puede realizar también un recorrido que se adentra 400 metros en las entrañas de la tierra, un breve –aunque apasionante– vistazo a la inmensidad de esta gigantesca cavidad de túneles interconectados y más de 100 km de recorrido.
Otra opción para los más aventureros –aunque tampoco requiere de una condición física extraordinaria– consiste en realizar un paleopaseo por la llamada Cueva Palomera. Con un recorrido de unos 2,5 km, esta visita permite descubrir, siempre acompañados por guías, las sucesivas simas y galerías de esta sección de Ojo Guareña, que cuenta con espacios “decorados” con estalactitas y estalagmitas y varias cavidades de gran belleza.
Un pueblo entre saltos de agua
El murmullo de las aguas, en este caso las del río Jerea, nos guía ahora en dirección sudeste, hasta la localidad de Pedrosa de Tobalina, en el valle del mismo nombre. Allí encontramos otra espectacular cascada con un frente de 110 m de anchura y un salto de 12. Conocida como cascada del Peñón, sus aguas dan lugar a un paradisiaco espacio que, cuando llegan los rigores del verano, se convierte en una fantástica playa de interior, una de las más apreciadas de la provincia.
Y más cascadas nos esperan también en la última etapa de nuestra ruta, que discurre en tierras del Parque Natural de Montes Obaranes San Zadornil. Allí, muy cerca de la monumental y medieval Frías, con su vistoso puente, sus estrechas calles y su pintoresco castillo, encontramos la ermita de Santa María de la Hoz; se construyó en un estilo a caballo entre el románico y el gótico y está protegida por un abrigo rocoso, lo que le confiere un inevitable aire místico, como si escondiera entre sus sillares algún secreto sobrenatural.
Le hace compañía desde hace siglos un sencillo –aunque robusto– puente de piedra al que, aunque le dicen romano, es de origen medieval. El viaducto permite salvar las aguas del río Molinar –enésimo afluente del Ebro–, el mismo que, algo más arriba, separa en dos el pueblo de Tobera con una sucesión de cascadas que dan vida a un entorno excepcional.
El bellísimo paisaje, que puede disfrutarse dando un agradable paseo circular –hay dos trayectos, de 25 y 40 minutos respectivamente–, es otro de esos tesoros de la provincia en los que el agua, con sus saltos caprichosos y sus caricias húmedas, convierte todo lo que toca a su paso en un edén incomparable.
ORBANEJA DEL CASTILLO, EL “PUEBLO CASCADA”
Al norte de Covanera, en los límites de la provincia con la vecina Cantabria, el Ebro traza un vistoso meandro que, al igual que en el cañón de Pesquera, también ha dibujado una profunda cicatriz en la roca caliza.
Allí, acurrucado a los pies de un circo rocoso se extiende un pintoresco caserío que lleva por nombre Orbaneja del Castillo. A simple vista no hay restos de fortaleza alguna, pero basta posar la mirada en las formaciones kársticas que rodean el pueblo para comprender el origen del topónimo.
Lo más singular de la localidad, sin embargo, atraviesa sus entrañas de arriba abajo: un vistoso salto de agua que se despeña hacia el Ebro desde la Cueva del Agua, separando en dos el pueblo y dando lugar a una de las cascadas más bellas y graciosas que puede uno contemplar en toda España, como si un monje budista zen se hubiese decidido a crear aquí uno de sus místicos jardines.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar. Por carretera, desde Madrid hay que tomar la A-1 hasta Burgos, y una vez a la altura de la capital, continuar por la N-627 y N-623 hasta Covanera, inicio de nuestra ruta.
Dónde dormir. El norte de la provincia de Burgos ofrece un buen número de establecimientos de calidad en los que alojarse. Uno de los más especiales de la zona es la Posada Real Torre Berrueza, un precioso hotel rural levantado en un señorial edificio del siglo XII con habitaciones lujosamente decoradas. Además, cuenta con un restaurante avalado desde 2015 con el certificado Bib Gourmand de la Guía Michelin.
Dónde comer. En la comarca de Páramos, hay que hacer una parada en Sargentes de la Lora para visitar el restaurante El Oro Negro (Carretera de Burgos, 1) y degustar su sabroso codido loriego, un puchero de garbanzos –sin sopa– acompañado de sus nutritivos sacramentos: morcilla, chorizo, costilla… En la monumental Oña conviene detenerse en el restaurante Blanco y Negro, un pequeño local en el que apuestan por el mestizaje fusionando la tradición culinaria castellana con la senegalesa, usando productos locales y de temporada.
Más información: Turismo de Burgos
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