Con un entorno natural envidiable y un patrimonio repleto de sorpresas, la región francófona de Bélgica destaca como uno de los rincones más apetecibles del corazón de Europa.
Sus secuaces le llamaban Maurosus, aunque su verdadero nombre era Landelin. Asaltaba a los incautos que se adentraban en los bosques y, según la leyenda, adoraba a dioses paganos. Sin embargo, pese a sus muchos pecados, el bandolero Landelin acabó abrazando el cristianismo y, para redimir sus culpas, decidió construir una abadía en el lugar donde años atrás había llevado a cabo sus fechorías. Aquel primer cenobio, fundado en el siglo VII por el santo ladrón, recibió el nombre de abadía de Aulne pues la zona, todavía hoy, está rodeada de hermosos alisos (aulnes, en francés).
A lo largo de los siglos el recinto monástico, situado a apenas 15 km de la ciudad de Charleroi, tuvo varias vidas: primero perteneció a los benedictinos, y más tarde siguió la regla cisterciense, hasta que en 1794 las tropas francesas lo incendiaron. Hoy en día, sus restos en ruinas –en especial los de su iglesia abacial, de estilo gótico– y sus bellos jardines conservan un aspecto decadente y misterioso que sin duda debió hacer las delicias de los espíritus románticos del siglo XIX.
El lugar, sobrado de encanto, es solo uno de los muchos rincones que la región belga de Valonia, en el sur del país, ofrece a quienes deciden adentrarse en su territorio, a menudo envuelto en leyendas y siempre rodeado de espectaculares parajes.
Para descubrir los cautivadores paisajes en los que san Landelin extendió el terror cuando todavía usaba por mal nombre Maurosus, merece la pena recorrer la ruta senderista circular –algo menos de 6 km– que parte de la antigua abadía y serpentea brevemente junto al río Sambre, para después perderse entre los alisos y robles de los bosquecillos cercanos.
Una vez de regreso al cenobio, podemos rematar la agradable caminata con una visita a la Brasserie de l’Abbaye d’Aulne, donde elaboran de forma artesana unas deliciosas y tradicionales cervezas de abadía (no trapenses), como la Abbaye d’Aulne –siguiendo las técnicas de elaboración de los monjes cistercienses–, la Blanche de Charleroi –una blanca de fermentación alta–, u otras con toques afrutados, como la Chérie o La Merlette.
A los pies de las ruinas se encuentra la localidad de Gozée, donde el río Sambre hace un requiebro y forma un meandro. Es justo allí donde amarra La Péniche Gavroche, una gabarra que ofrece mini-cruceros (entre una y cuatro horas de duración), que recorren los paisajes bucólicos del Alto Sambre y que, siempre bajo reserva, puede incluir también una comida con degustación de productos típicos de la comarca, preparados por el restaurante La Guinguette –otra buena opción para el almuerzo–, que abre sus puertas en el mismo lugar donde atraca la embarcación, junto a las llamativas esclusas.
Jardines colgantes
Las aguas del Sambre riegan también la cercana localidad de Thuin, y hasta allí hay que dirigir los pasos para conocer otra de las sorpresas de la región. La parte alta de esta pintoresca ciudad de aire medieval está coronada por el vistoso beffroi, del siglo XVII, uno de los 56 campanarios de Bélgica y Francia declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Con una altura de 60 metros, el beffroi ofrece una estampa imponente, pero la auténtica joya de Thuin se encuentra en el lado sur de la formación rocosa sobre la que se asienta la parte alta de localidad. Allí, distribuidos en terrazas dispuestas entre calles empedradas, se encuentran los llamados Jardines Colgantes de Thuin, cuyo origen está relacionado con la construcción de las murallas de la ciudad.
En total, se pueden contar hasta 200 pequeños jardines y huertos, que gracias a la orientación sur, la luz del sol y el calor que se acumula en los muros de piedra, gozan de un microclima especial que favorece el crecimiento de las viñas con la que se elabora un apreciado vino: Le Clos des Zouaves. Además de los peculiares jardines colgantes, Thuin cuenta también con una interesante ruta de arte contemporáneo que permite disfrutar y descubrir más de 15 obras de artistas nacionales e internacionales que están dispuestas en distintos puntos de la ciudad.
Cinco kilómetros al sur de allí, en medio de la campiña, se levantan las antiguas dependencias de la Ferme de la Cour, un palacio de justicia que perteneció a la abadía de Lobbes y que ahora acoge una de las más antiguas y prestigiosas destilerías belgas, la Distillerie de Biercée. La factoría ofrece interesantes visitas guiadas en las que se explican todos los secretos del arte de la destilación tradicional, que aquí sirve para producir aguardientes y licores de gran calidad, empleando siempre frutas frescas, como los limones de Murcia que se utilizan para elaborar sus botellas de Eau de Villée, uno de sus espirituosos más apreciados.
La fortaleza del cruzado
Si las tierras que forman el valle del Sambre –con sus abadías en ruinas, sus bosques de alisos y sus bellos paisajes–, son un resumen perfecto de la región valona, otro tanto sucede con el llamado Pays de Bouillon, en las Ardenas belgas. Ubicada en el sudeste de Valonia, a un paso de la frontera con Francia, la pintoresca localidad de Bouillon –también conocida como la Perla del Semois–, se levanta a orillas del sinuoso afluente del Mosa, en un vistoso meandro que dibuja una circunferencia casi completa.
La ciudad ha vivido durante siglos bajo la atenta mirada de su imponente castillo, construido en el siglo X sobre un promontorio rocoso. Se trata, según los expertos, del testimonio feudal más antiguo de Bélgica y una de las fortalezas más destacadas de Europa. Algunas décadas después de su construcción fue heredado por el duque Godofredo de Bouillon, quien lo vendió poco después al príncipe-obispo de Lieja para financiar de ese modo la Primera Cruzada a Tierra Santa.
Hoy en día la fortificación es el enclave turístico más destacado de la localidad, y ofrece distintas visitas guiadas en las que se explican los pormenores de su apasionante devenir histórico. La visita más especial tiene lugar tras la puesta de sol cuando, guiados por un caballero cruzado, podemos recorrer las distintas estancias del castillo con la única luz que proporcionan las antorchas. Al finalizar la visita, se puede disfrutar de una espectacular vista de todo Bouillon desde el punto más alto de la fortaleza. Además, a lo largo del año se realizan también espectáculos con aves rapaces y actividades especiales para niños, como la caza del tesoro.
Aunque sin duda su castillo es el monumento más destacado de la localidad, Bouillon cuenta también con otros rincones de interés. Merece la pena, por ejemplo, hacer una visita a su Museo Ducal, que cuenta con colecciones de arte medieval y oriental, así como una muestra de armas de distintos periodos históricos y una selección de pintura de artistas de las Ardenas. También hay que acudir al Archéoscope, un moderno centro de interpretación en el que se aborda la figura de Godofredo de Bouillon y la época de la Primera Cruzada a través de las técnicas audiovisuales más avanzadas.
El legado histórico de Bouillon –y su notable patrimonio– constituye uno de sus atractivos principales, pero su entorno natural, como sucede en todo el valle del Semois, es también un tesoro que hay que descubrir. Antes de lanzarse a recorrer las maravillas del Pays de Bouillon, hay que acercarse hasta dos miradores con las mejores panorámicas de la localidad.
El primero de ellos es el de Ramonette, situado en la colina de Baimont, a 130 metros sobre el río Semois; hoy es una atalaya que ofrece vistas de gran belleza, pero en tiempos remotos tuvo además una enorme importancia estratégica pues allí, hace más de 2.300 años, se levantaba ya una antigua torre de vigilancia galo-romana rodeada por un foso y una muralla. El segundo mirador es el Belvedere, una estructura construida en 2001 que permite contemplar parte de la región desde varias plataformas situadas a distintas alturas. La más alta alcanza los 24 metros, y se eleva a 175 m sobre el nivel del río.
Muy cerca de Bouillon, a sólo 8,5 km –hay un sendero que permite llegar hasta allí dando un agradable paseo a pie o en bici–, se encuentra otro punto de interés para amantes del deporte y la naturaleza: la Paserelle de L’Epine, un pequeño puente construido sobre el río Semois con madera de abeto, y que ofrece unas magníficas vistas del entorno. Desde allí arrancan también otras rutas de senderismo que permiten descubrir la belleza de los paisajes de la provincia.
Paisajes de leyenda
Todo el Pays de Bouillon tiene fama de ser territorio de numerosas leyendas, y es fácil entender porqué: la imaginación vuela sin dificultad ante la contemplación de bosques frondosos y cargados de misterio, valles profundos y formaciones rocosas de aspecto caprichoso.
Es lo que sucede cerca de Botassart, donde una curiosa tradición relata el triste final de un valeroso gigante. Según la leyenda, el gigante, que habitó en la zona hace 2.000 años, intentó escapar a las legiones romanas dirigidas por Julio César en la batalla del Sambre. Por desgracia, un destacamento se encontró con él e intentó rodearlo. Antes de verse prisionero de sus enemigos, el gigante se lanzó desde lo alto del Rocher des Gattes y murió despeñado.
Al día siguiente, varios campesinos hallaron su cuerpo y decidieron darle una honrosa sepultura. Lo enterraron en la cima de una montaña, a los pies del Semois, y desde entonces muchos creen apreciar sus rasgos en el lugar, contemplando el paraje desde el mirador de Le Tombeau du Géant (La tumba del gigante), en las afueras de Botassart.
Quienes conocen bien las leyendas de la región –los relatos sobre hadas, damas de blanco, genios de la tierra e incluso hombres lobo son abundantes en esta comarca– son los habitantes de Laforêt, hermosa localidad que forma parte de la asociación de pueblos más bonitos de Valonia. Tanto es así, que desde el centro de la población los visitantes pueden recorrer La Promenade des Légendes (El paseo de las leyendas), una singular ruta de sólo 2 kilómetros (una hora de duración, a paso tranquilo) con figuras y paneles informativos sobre las criaturas mágicas y sobrenaturales que componen el imaginario fantástico de la región.
Otro de los atractivos de Laforêt está relacionado con sus atractivos naturales. Tras un agradable paseo de unos minutos en dirección al río, encontramos el famoso Pont de Claies, un rústico puente de factura artesanal que se elabora con paneles trenzados con ramas y colocados sobre pilares. Esta pintoresca pasarela, que cruza el Semois sólo durante los meses de verano –se fabrica de nuevo cada año, con la llegada del buen tiempo–, permite a locales y visitantes disfrutar de ambas orillas del río, un lugar ideal para tomar el sol y disfrutar del baño, pero también para practicar deportes acuáticos como el kayak.
La ruta del tabaco
Antes de abandonar Laforêt hay que prestar atención a varias construcciones singulares que, a primera vista, parecen simples cobertizos. En realidad se trata de antiguos recintos dedicados a secar hojas de tabaco pues la región alcanzó en otros tiempos cierta prosperidad gracias al cultivo de esta planta para su explotación comercial.
Fue Joseph Pierret quien, a mediados del siglos XIX, reintrodujo el cultivo del tabaco en el valle del Semois (ya se había cultivado con anterioridad, desde el siglo XVI), y pocos años después eran cientos de personas las que se dedicaban a la explotación de la planta en casi todos los pueblos de la región. De aquella antigua actividad que reanimó la economía local quedan hoy algunos testimonios: existe una Ruta del Tabaco con dos itinerarios diferenciados, que recorre distintos pueblos de la región en los que se conservan cobertizos dedicados al secado de la planta, así como paneles explicativos.
También se puede visitar el Museo del Tabaco que existe en Corbion, donde además de conocer la historia del cultivo de la planta en la región, y descubrir multitud de objetos relacionados con su consumo a lo largo de los siglos, tendremos oportunidad de ver in situ cómo se sigue produciendo artesanalmente este producto –que aquí tiene fama de ser el más aromático del país y con menos nicotina– de forma natural y sin aditivos.
Castillos de cuento
En Valonia los ríos siempre juegan un papel vertebrador que une poblaciones, proporciona fertilidad a las tierras y deja a su paso un sinfín de rincones de gran belleza. Si en la región cercana a Charleroi era el Sambre el que dominaba el paisaje, y el Semois el que hacía otro tanto en el Pays de Bouillon, en los alrededores de Dinant, en la provincia de Namur, es el río Mosa el que da vida y belleza a la región.
En sus orillas encontramos espectaculares construcciones, como el château de Freÿr, un vistoso edificio cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, y cuyos muros han presenciado importantes episodios históricos, como las negociaciones entre franceses y españoles por el Tratado de Freÿr o Tratado del Café, llamado así porque con motivo del mismo se sirvió por primera vez en Bélgica dicha bebida. También cuenta con unos bellísimos jardines que tienen fama de ser el mejor ejemplo de estilo francés en todo el país.
Muy cerca de allí, aunque en la otra orilla, se levanta una imponente masa rocosa bautizada como Rochers de Freÿr, que en la actualidad hace las delicias de los amantes de las emociones fuertes. No en vano, esta roca colosal es muy apreciada por los practicantes de escalada y otros deportes de riesgo, como el highline –una versión extrema del slackline–, que consiste en cruzar sobre una goma elástica a gran altura haciendo equilibrio.
Los practicantes de este deporte, también conocido como “cinta alta”, tienen aquí un lugar inmejorable para practicar su pasión, pues el recorrido más largo alcanza los 770 metros de longitud, y nada menos que unos vertiginosos 70 metros de altura. Para los espíritus menos aventureros, el lugar también tiene su encanto, pues ofrece unas vistas magníficas de la zona, con las aguas del Mosa en el fondo del valle y la estampa del castillo de Freÿr y sus bellos jardines.
Mucho más sosegada resulta la visita a la Reserva Natural de Furfooz, un auténtico paraíso paisajístico de 50 hectáreas atravesado por las aguas del río Lesse, y que puede descubrirse gracias a una apacible ruta a pie de sólo 4 kilómetros. Es un recorrido breve, pero cuenta con hasta quince puntos de interés, entre los que destacan los restos de unas antiguas termas romanas del siglo III y varias cuevas de gran belleza (como el Trou du Grand Duc o el Trou des Nutons).
Unos kilómetros más al este, en medio de la campiña, destaca la silueta del castillo de Vêves, que con sus cinco torres puntiagudas parece sacado de un cuento de hadas. Y bien podría serlo, pues aunque es uno de los ejemplos más notables de la arquitectura militar del siglo XV, la fortaleza ofrece hoy experiencias para visitantes de todas las edades, y en especial para los niños, con actividades con las que pueden sentirse héroes y protagonistas de un cuento de fantasía, por ejemplo buscando las pistas para encontrar el Santo Grial…
La bella Dinant
Ubicada en el corazón de la provincia de Namur, la ciudad de Dinant ofrece una de las estampas más singulares y pintorescas de toda Valonia. Situada a orillas del Mosa y abrazada por una gigantesca masa pétrea que queda a su espalda, la localidad cuenta con un buen número de hitos de obligada visita. Si llegamos por carretera desde el sur, el primero de ellos nos asalta inevitablemente: se trata del Rocher Bayard, un peñasco de 35 metros de altura que parece haberse desgajado del grueso de la montaña.
Con una estampa que parece sacada de una pintura romántica y que hace volar la imaginación, no es extraño que el rocher cuente con su propia leyenda: los cuatro hijos de Aymon, enfrentados a Carlomagno, huían del emperador montados a lomos del caballo Bayard. Tan poderoso era su galope, que cuando llegó a Dinant y saltó para cruzar el Mosa, una de sus pezuñas cortó la montaña separando el peñasco del resto del muro de roca.
Ya en la ciudad, hay dos construcciones que atrapan la atención del visitante: la primera es la colegiata de Nuestra Señora, un templo gótico del siglo XIII que destaca a primera vista por su torre central rematada con un campanario en forma de bulbo. En una calle próxima, pegada ya a la montaña que protege a la ciudad, se encuentra el teleférico que permite ascender hasta una plataforma elevada donde se levanta la segunda construcción destacada de la ciudad: la ciudadela.
Esta atalaya defensiva tiene sus orígenes en el siglo XI, cuando el príncipe obispo de Lieja ordenó levantar un castillo en la posición para defender la ciudad. Con el paso de los siglos, la fortaleza elevada se desmanteló y reconstruyó en distintas ocasiones, hasta que en las primeras décadas del siglo XIX el ejército holandés construyó el baluarte actual.
En la actualidad la visita a la ciudadela permite realizar un viaje en el tiempo que nos llevará desde los tiempos de la Edad Media hasta la Primera Guerra Mundial. Lo mejor, sin duda alguna, son las vistas que ofrece de toda la ciudad, que queda literalmente a nuestros pies, y que nos permiten contemplar el entorno hasta la línea del horizonte.
De nuevo en “tierra firme”, merece la pena atravesar el puente que cruza el río Mosa, donde se pueden contemplar varias estatuas de vivos colores que homenajean al hijo más célebre de la ciudad: Adolphe Sax, el inventor del saxofón. Ya en la otra orilla, Dinant ofrece su mejor estampa: desde allí la colegiata, la ciudadela y las casitas de colores se reflejan en las aguas del Mosa, duplicando así la imagen de una ciudad repleta de maravillas.
CHARLEROI: CÓMICS, ARTE URBANO Y MODERNISMO
Con un pasado industrial y minero cuya huella todavía está demasiado presente, la ciudad más grande de Valonia lleva un tiempo intentando despojarse de esa imagen de ciudad sucia, aburrida y poco agraciada. Y lo está consiguiendo, sin duda.
La ciudad, fundada en 1664 por orden del rey Carlos II de España –de ahí su nombre, Charles Roi (Carlos Rey)– vive en estos momentos una actividad constructiva frenética, y aunque parte de la urbe esté enmarañada en las inevitables grúas, camiones y vallas que acompañan cualquier obra, es un síntoma de que se haya en plena transformación. Pero mientras la oruga se transforma en mariposa, no faltan atractivos para los visitantes, sobre todo para aquellos interesados en el arte y sus distintas manifestaciones.
La ciudad cuenta con un buen número de ejemplos de arquitectura modernista, y es posible descubrir los más destacados en una ruta de Art Nouveau que recorre buena parte del centro de la ciudad. Entre los ejemplos más sobresalientes destaca la Casa Dorada (Rue Tumelaire, 15), construida por el arquitecto Alfred Frére en 1899 para la familia Chausteur, y cuya fachada llama la atención por su hermosa decoración policromada.
Otra ruta similar, en este caso dedicada al Art Decó, nos permite conocer otro buen número de edificios icónicos, como los diseñados por Marcel Leborgne o Joseph André.
Ambas rutas son buenos ejemplos de que en Charleroi es posible disfrutar del arte en plena calle, incluso en los rincones más insospechados. Buena parte de culpa la tienen los abundantes murales callejeros que, por toda la ciudad, y en especial en algunos rincones situados a orillas del Sambre, dotan de color y expresividad a la ciudad valona.
En 2014, la ciudad acogió un festival de arte urbano llamado Asphalte que atrajo a artistas internaciones. El certamen fue un éxito rotundo, y desde entonces la ciudad atrae todas las miradas gracias a sus numerosos grafiti. Hoy todavía es posible contemplar algunas de las obras del primer festival, pero muchas otras se han ido sumando con el paso de los años, creando un auténtico museo en la calle, que se reparte por todo Charleroi.
También los cómics, con sus viñetas y originales personajes, están llenos de color. Y estando en un país como Bélgica, donde el cómic goza de un predicamento que roza el fervor religioso, no es de extrañar que en distintos rincones de la ciudad encontremos murales y diseños que homenajean a algunos de los personajes de cómic creados en el país, como Spirou –en la ciudad se encuentra, precisamente, la editorial Dupuis, que edita sus aventuras–, Lucky Luke, Blake y Mortimer o Los Pitufos.
Muchos de estos personajes cuentan incluso con sus estaciones de metro propias, como la de Parc, donde se pueden ver coloridos murales que representan al «vaquero más rápido que su sombra» y otros héroes de ficción.
GUÍA PRÁCTICA
DÓNDE DORMIR. En Bouillon, el Hotel de la Poste ofrece un confortable alojamiento de estilo clásico –aquí estuvo nada menos que Napoleón III– en pleno centro de la localidad y a orillas del Semois, con vistas privilegiadas del castillo.
En las cercanías de Dinant, una buena opción para alojarse es el Castel de Pont-à-Lesse, ubicado en un entorno natural que permite disfrutar de la tranquilidad y practicar deportes como el senderismo o paseos en bici.
PARA COMER. En Dinant no puede faltar una visita a Le confessional, con una carta elaborada con productos frescos de temporada y cocinados a la antigua usanza, según las costumbres de la cocina tradicional francesa. Una recomendación: las patatas a la Dauphinoise.
Durante nuestra visita a Charleroi, una de las opciones más recomendables es la cocina de Chermanne, un restaurante incluido en la Guía Michelin de Bélgica, donde se alaban las creaciones del chef Stéphane Chermanne por cultivar sus propias verduras y «hacer cocina con el corazón».
Más información: Visit Wallonia