Artista visionario, pionero en la defensa del medio ambiente y la sostenibilidad, el creador de Arrecife confirió a la isla canaria un alma inconfundible. Un sueño que conjuga arte y naturaleza y cuyas huellas se pueden seguir hoy para descubrir uno de los rincones más hermosos de las islas Afortunadas.
«En Lanzarote está mi verdad». La frase es de César Manrique, y pocas veces una sentencia de tan pocas palabras estuvo más cargada de razón y sentido que la que pronunció el artista canario al referirse a su patria chica. La verdad de Manrique era un sueño hermoso, como la isla que le vio nacer, y estaba plagado de rincones oníricos en los que la fuerza incontenible de la naturaleza se abrazaba con el arte en una simbiosis superlativa. Aquel sueño se hizo realidad y hoy –esto es otra verdad indiscutible–, no se puede entender Lanzarote sin la pulsión creadora de César Manrique, ni a César Manrique sin la fuerza inspiradora de Lanzarote.
El artista arrecifeño nació en 1919 y su producción artística no comenzó a ver la luz hasta la década de los años 40, pero su obra cumbre, la que tendría a la isla de Lanzarote como lienzo, llevaba en realidad 15 millones de años fraguándose en un abrasador fuego de magma, rocas ígneas, lava y roca volcánica. Aquella fuerza arrolladora de la naturaleza, surgida de las entrañas hirvientes de la tierra y de la rabia salvaje de Vulcano, no tenía prisa, así que esperó pacientemente a quien estaba destinado a transmutar su belleza salvaje en una obra de arte en la que la naturaleza apenas dejaba entrever la mano del artista.
Tres décadas después de su muerte, la obra de Manrique es un valioso legado –no sólo artístico, también paisajístico y natural– que se derrama por todos los rincones de la isla, y que invita al visitante a recorrer y descubrir Lanzarote con los ojos y los sueños de su hijo más ilustre y devoto.
De las alturas a las profundidades
Lanzarote es la más oriental (y también la más septentrional, con permiso de La Graciosa, que carece de administración propia) de las islas Canarias. Y es precisamente en su parte nordeste, en uno de sus puntos más elevados, en lo alto del risco de Famara, a 474 m de altitud, donde el viajero encuentra una de las intervenciones más importantes del artista: el Mirador del Río. Manrique escogió este privilegiado enclave –que durante años estuvo ocupado por una batería de artillería debido a su estratégica posición– para construir a comienzos de la década de 1970 un peculiar balcón que ofrece espectaculares vistas de La Graciosa y el resto del archipiélago Chinijo.
Siguiendo su tónica habitual de fusionar arte y naturaleza causando el menor impacto posible, Manrique ideó un espacio integrado en el paisaje con un resultado tan sutil que la estructura del mirador, dotada de dos enormes vidrieras, se camufla y se funde casi mágicamente con el entorno.
La ejecución técnica de la obra, que se prolongó durante dos años, estuvo a cargo de sus colaboradores habituales, Jesús Soto y Eduardo Cáceres, quienes se encargaron de convertir en realidad el diseño de Manrique, en el que además de los grandes ventanales que se abren a una cafetería-restaurante, se incluye una tienda de recuerdos y una plataforma superior al aire libre.
No muy lejos de allí, a solo 15 minutos en coche, en Punta Mujeres, se encuentra otra de sus creaciones más destacadas: los Jameos del Agua. El término jameo, de raíces aborígenes, se emplea para referirse a una cueva u oquedad que surge tras derrumbarse el techo de un túnel volcánico, y fueron precisamente tres de estos espacios los que escogió César Manrique para, una vez más, dar rienda suelta a su creatividad modificando el paisaje telúrico de la isla.
De nuevo, la alteración del entorno es tan sutil que a menudo cuesta distinguir dónde acaba la acción de la naturaleza y dónde empieza la mano del artista conejero. El recinto, cuya creación se inició en los años 60 del siglo pasado, se convirtió en la primera gran actuación de Manrique en Lanzarote, y hoy es en un importante centro de arte, cultura y turismo, en el que no faltan un espectacular restaurante y un auditorio –ambos situados dentro de grutas volcánicas–, una piscina interior e incluso una pista de baile que durante varios años acogió el Jameos Music Festival, que atrae todos los veranos a los amantes de la música disco.
Además, los jameos son el refugio de una diminuta y delicada especie endémica de la isla, un cangrejo albino y ciego al que los locales llaman cariñosamente jameito. Este pequeño animal, por cierto, inspiró el título de uno de los últimos libros del novelista canario Alexis Ravelo (La ceguera del cangrejo). El autor palmense, recientemente fallecido, nos regaló una novela negra de trama apasionante que es al mismo tiempo una fantástica guía de viaje por los hermosos paisajes de Lanzarote y la obra de Manrique.
El último hogar del genio
En el mismo municipio de Haría, una de las localidades más hermosas de la isla, y rodeada por un exuberante palmeral en el que abundan las flores de pascua y las buganvillas, se levanta la Casa-Museo de César Manrique. Aunque el artista vivió durante dos décadas en otro rincón de la isla, en Tahíche (donde hoy se encuentra la Fundación dedicada a preservar y divulgar su figura), esta antigua casa tradicional de campesinos se convirtió en su hogar desde 1988 hasta el momento de su muerte cuatro años más tarde.
La vivienda, ubicada en una finca que el artista compró en la década de 1970, constituye un fabuloso ejemplo de reinterpretación de arquitectura rural, que Manrique transformó en un espacio que se caracteriza por el confort, pero también por un gran valor estético, siempre manteniendo la esencia de la vivienda tradicional lanzaroteña.
En la actualidad la visita a la casa-museo permite a los visitantes descubrir la parte más íntima de la vida del artista, el que fue su hogar, donde se conservan los muebles y la decoración original de la vivienda –algunas de estas piezas fueron creadas por el propio Manrique–, y también conocer el taller del genio de Arrecife, un espacio ubicado en otro extremo de la finca, donde todo –pinceles, pinturas, lienzos–, parece seguir esperando el regreso de su dueño.
Viajamos ahora a Guatiza, en el municipio de Teguise. Allí se encuentra, si hemos de creer a los guías locales –y no hay motivos para dudar de ellos–, la que Manrique consideró su obra favorita: el Jardín del Cactus. Durante muchos años, aquí hubo una antigua rofera (cantera) que solía emplearse como vertedero, y que estaba rodeada de explotaciones para la cría de cochinilla (una industria que prosperó en la isla durante el siglo XIX).
Gracias a la mano mágica de Manrique, la rofera se convirtió en uno de los espacios naturales más hermosos de la isla, que hoy da cobijo a más de 4.500 ejemplares de 500 especies distintas procedentes de todo el planeta. Además de contemplar estas bellas y singulares plantas, el recorrido del jardín permite disfrutar de esculturas realizadas con piedra basáltica y de ejemplos de arquitectura, como un molino tradicional.
La que acabó convirtiéndose en la última gran obra del artista en Lanzarote es hoy un ejemplo perfecto de la obsesión de Manrique por recuperar y revalorizar la riqueza paisajística y natural de la isla, en este caso a través de la integración de obras de arte y una flora espectacular y colorida.
Decíamos antes que el de Arrecife pasó veinte años de su vida en una vivienda que hoy se ha convertido en la fundación que lleva su nombre. Esta casa, que el artista bautizó en su día como Taro de Tahíche, se comenzó a construir en 1968, poco después de que Manrique hubiera abandonado Nueva York para acallar la nostalgia que le trajo de vuelta a su patria chica.
Siguiendo la línea que caracterizaría sus creaciones isleñas, el artista escogió un enclave dominado por el paisaje volcánico. No en vano, esta casa –una vez más inspirada en la arquitectura tradicional lanzaroteña– se levantó sobre cinco burbujas volcánicas de gran tamaño, espacios que aprovechó como dependencias de la vivienda.
En la planta superior Manrique dispuso el salón, una habitación de invitados, su propio dormitorio y la cocina, todo ello con un enfoque moderno y confortable, con espacios amplios y grandes ventanales. En la planta subterránea, por otra parte, César convirtió las cinco burbujas volcánicas, unidas por pasillos artificiales ganados a la roca basáltica, en espacios habitables, y creó rincones dedicados al ocio y al descanso, como una piscina, una barbacoa o una pequeña zona de baile.
Hoy, los visitantes que acuden a la Fundación –dedicada a conservar, promover y estudiar el legado de Manrique– pueden contemplar distintas exposiciones temporales y descubrir el antiguo estudio del pintor, además de disfrutar de un fabuloso ejemplo de construcción que conjuga una concepción moderna del espacio con la arquitectura popular de la isla.
Homenaje a las mujeres y hombres del campo
En pleno corazón de la isla, en el municipio de San Bartolomé, Manrique decidió construir un sentido homenaje a quienes él consideraba los auténticos héroes de Lanzarote: los hombres y mujeres que dedicaron sus vidas a trabajar el campo, a pesar de las dificultades de una tierra salvaje plagada de malpaíses y suelos ásperos y rebeldes. Una vez más, siguiendo su costumbre de rehabilitar antiguos espacios y de proteger la arquitectura más tradicional, Manrique restauró y amplió un viejo caserío, hoy de blancas y luminosas paredes adornadas con ventanas y balcones verdes, que da cobijo a la Casa Museo del Campesino.
El edificio, que sintetiza en un único recinto las características más destacadas de la arquitectura tradicional de toda la isla, incluye espacios que detallan las claves de la agricultura, la artesanía o la gastronomía local a través de varios espacios expositivos que muestran objetos y herramientas usados históricamente por los campesinos.
Además, el museo cuenta también con su propio restaurante, al que se accede descendiendo al subsuelo por una vistosa escalera de caracol adornada con vistosas monsteras. Allí es posible deleitarse con los sabores típicos de la cocina tradicional lanzaroteña, que incluye platos como el estofado de carne de cabra, el caldo de millo, o el pulpito con mojo verde, bien acompañados de alguno de los apreciados vinos de la DO Lanzarote, como los que se elaboran en las bodegas de La Geria.
La casa museo cuenta también con un Monumento al Campesino (o a la Fecundidad), una escultura monumental de 15 metros de altura que fue ejecutada por Jesús Soto, siguiendo un diseño de Manrique. La obra, realizada en hormigón y hierro, está sostenida por un basamento de piedras que recibe el nombre de Peña de Tajaste.
Montañas de fuego
«El día 1 de septiembre de 1730, entre las nueve y las diez de la noche, la tierra se abrió en Timanfaya, a dos leguas de Yaiza… y una enorme montaña se levantó del seno de la tierra». Con estas palabras, el párroco local Lorenzo Curbelo describió el infierno de lava, rocas y gases que se desató en Lanzarote aquella noche de 1730, y que se prolongaría nada menos que durante seis años.
La furia de la tierra transformó la isla por completo, sepultando bajo la lava y las cenizas nueve pueblos completos, mientras la lava seguía derramándose por buena parte de la isla, hasta cubrir una cuarta parte de la misma. Un siglo más tarde, en 1824, las erupciones regresaron a Timanfaya, creando nuevo volcanes y cincelando una vez más la orografía de Lanzarote.
Recorrer esos parajes del Monumento Natural de las Montañas de Fuego, en el corazón del Parque Nacional de Timanfaya, supone adentrarse en un territorio de paisajes marcianos y lunares, donde todo está dominado por lava petrificada, malpaíses, cuevas volcánicas y cráteres de aspecto desolador y tonos que van del negro ceniza al ocre más encarnado.
Semejante espectáculo de belleza salvaje impactó –era inevitable– en César Manrique, así que el artista ideó la llamada Ruta de los Volcanes, un trazado de unos 14 km de longitud que permite descubrir estas maravillas magmáticas serpenteando por pistas asfaltadas que se aventuran entre los volcanes. El recorrido se realiza obligatoriamente en uno de los autobuses turísticos –no está permitido descender durante el trayecto– que parten del llamado Islote de Hilario, donde también encontramos otro hito manriqueño.
Allí se encuentra el restaurante El Diablo, diseñado por Manrique y ejecutado por sus colaboradores Soto y Cáceres. El edificio cuenta con una cristalera panorámica que se asoma al paisaje volcánico, y sus fogones (en realidad un horno de piedra que aprovecha el calor que todavía emana del subsuelo) ofrecen a los comensales carnes y pescados «asados al volcán».
Una laguna salada y un castillo consagrada al arte
Manrique pasó su infancia entre las calles de su Arrecife natal y las vistas deliciosas de la playa de Famara. En la capital de la isla hay varios lugares vinculados con Manrique, y que también merece la pena visitar. El primero de ellos es el llamado Charco de San Ginés, una laguna natural que siglos atrás fue un pequeño puerto natural y que más tarde acabó convirtiéndose en el principal de la isla, y por tanto lugar de entrada de todo tipo de mercancías que, entre otros puntos, llegaban desde el Nuevo Mundo. En la actualidad, perdido ese papel de puerto principal, hoy el Charco está rodeado de casitas blancas de pescadores y numerosos bares y restaurantes que miran a la laguna.
Manrique, que nació cerca del Charco y solía bañarse en sus aguas cuando era niño, recibió el encargo de remodelar esta pintoresca laguna de agua salada, pero aquel proyecto quedó inacabado a causa de la muerte del artista en 1992. Pese a todo, merece la pena pasear por este rincón de la capital, con sus pequeñas embarcaciones fondeadas en sus aguas, y disfrutar de un enclave que cautivó el corazón del artista durante toda su vida.
A solo unas calles de allí, a un breve paseo a pie, encontramos el centro cultural El Almacén, antiguo proyecto del artista. Hasta 1970 el edificio había acogido la Escuela de Artes y oficios de la localidad, pero tres años más tarde Manrique lo compró y remodeló. Nacía así un espacio cultural bautizado como El Almacén, en el que el pintor, junto con otros artistas como Manolo Millares, Óscar Domínguez o Pierre Alechinsky pusieron en marcha un espacio abierto al público con la finalidad de desarrollar la cultura contemporánea en todas sus facetas. En 1989 el centro pasó a manos del Cabildo de Lanzarote y en 2016, tras varios años cerrado por obras, volvió a abrir sus puertas para continuar con el sueño de Manrique y sus compañeros.
También a un paseo del Charco, con vistas al puerto de Arrecife, se encuentra el castillo de San José. Esta antigua fortaleza del siglo XVIII es hoy un destacado Museo Internacional de Arte Contemporáneo y su reforma, cómo no, se encomendó a César Manrique en la década de los años 70. El MIAC –ese es el nombre del museo– cuenta con una notable colección de arte compuesta con obras de artistas como Martín Chirino, Pancho Lasso –posee una sala dedicada en exclusiva al escultor y medallista de Arrecife–, Juan Hidalgo o el escultor cubano Agustín Cardenas.
Todos estos artistas plásticos –y otros muchos que siguen sumándose año tras año a los fondos del MIAC– encontraron en el museo reformado por Manrique un refugio y un escaparate inmejorable para su visión creativa. Una visión que, sin duda alguna, se suma a la de ese paraíso soñado por don César: Lanzarote, donde residía su verdad.
LANZAROTE LAND ON SHOW
El embrujo irresistible de la isla canaria no sólo cautivó a César Manrique, sino que su benéfica influencia sigue “atrapando” en la actualidad a todo tipo de creadores. Buena prueba de ello son los numerosos diseñadores de moda, artesanos y artistas audiovisuales que, hace ahora un año, participaron en la iniciativa Lanzarote Land On Show, un proyecto desarrollado por Lanzarote Moda en colaboración con los Centros de Arte, Cultura y Turismo de la isla.
¿La finalidad? Favorecer el desarrollo de conectar a los diseñadores y el entorno de la isla con un turismo de calidad que apueste por la moda, la creación artística, la industria textil y la sostenibilidad. Durante la presentación de la iniciativa, que tuvo lugar en los Jameos del Agua, se dieron a conocer algunas de las creaciones ideadas por artistas, artesanos y diseñadores locales, todas ellas con un denominador común: están inspiradas por algunos de los rincones más hermosos de la isla de Lanzarote, los mismos que alimentaron la imaginación y la creatividad del maestro Manrique.
GUÍA PRÁCTICA
- CÓMO LLEGAR: Varias compañías aéreas (Iberia Express, Ryanair, Air Europa, Vueling…) tienen conexiones directas desde Barcelona, Madrid y otras ciudades de la Península.
- DÓNDE ALOJARSE: El Arrecife Gran Hotel & Spa es un cinco estrellas situado en primera línea de playa cuyas habitaciones ofrecen vistas incomparables de la capital de la isla. Sin duda, uno de los mejores lugares para disfrutar de unos días en la tierra de César Manrique.
Excursiones:
- Más información: Turismo de Lanzarote
1 comentario