La capital guipuzcoana es mucho más que playas con encanto y una gastronomía de prestigio internacional. Tras su papel como Capital Europea de la Cultura en 2016, y con una larga lista de museos, exposiciones y obras maestras de escultura y arquitectura, hoy San Sebastián es todo un referente y una cita imprescindible para los amantes del arte y la cultura.
«Soy guipuzcoano y donostiarra: lo primero me gusta; lo segundo, poca cosa». Así se quejaba de su ciudad natal, en 1917, el ilustre Pío Baroja, decepcionado con una villa de «espíritu lamentable», pues sus vecinos y visitantes carecían de interés por el arte, la literatura o la historia, y tan solo se entregaban a la ociosidad indolente, los toros y los cotilleos. Las críticas del escritor guipuzcoano se dirigían en especial a los miembros de alta sociedad –esos «advenedizos y rastacueros»–, que en aquellos años acudían a San Sebastián siguiendo la estela de la monarquía española.
A mediados del siglo XIX, la reina Isabel II, aquejada de problemas en la piel, comenzó a veranear en la costa guipuzcoana para tratar su dolencia con “baños de ola”. Con sus continuas visitas a las aguas de La Concha, la reina “de los tristes destinos” –y más tarde su nuera María Cristina y su nieto Alfonso XIII– acabó convirtiendo San Sebastián en una meca turística para las clases adineradas.
Si antes existía solo la Donostia de la Parte Vieja, la antigua villa de pescadores que se cobijaba tras las murallas y al abrigo del monte Urgull, ahora la nueva urbe, capricho de las clases privilegiadas, era un oasis de la Belle Époque: teatros, casinos y hoteles de lujo daban vida a una ciudad que no tenía nada que envidiar a villas francesas como la cercana Biarritz.
Del gótico a la vanguardia
Aunque la ciudad nació hace diez siglos en lo que hoy es el barrio de Antiguo, en torno a un monasterio dedicado al santo francés que acabó dando nombre a la urbe, fue en las faldas del monte Urgull, hogar de una barriada de pescadores, donde acabó prosperando la vieja Donostia. Hoy ese dédalo de calles, encajonado entre el puerto y la desembocadura del Urumea, sigue siendo el corazón de la ciudad. Allí, en “lo Viejo” –como dicen los donostiarras–, entre locales de poteo y pintxos, se pueden contemplar hoy algunos de los edificios más antiguos de la localidad.
El de mayor solera es la iglesia de San Vicente, construida a comienzos del siglo XVI en estilo gótico, y en cuyo interior puede contemplarse un bellísimo retablo de la Pasión. No lejos de allí se levanta la basílica de Santa María del Coro, un edificio barroco que alberga el D’Museoa, el Museo Diocesano, cuyo fondo cuenta con obras de artistas guipuzcoanos como Ambrosio de Bengoechea, Chillida u Oteiza, pero también de El Greco o Ribera. Solo unas calles nos separan de otro símbolo de la Parte Vieja: la plaza de la Constitución. En este bello foro porticado, donde antaño se encontraba el antiguo Ayuntamiento, los balcones aún conservan los números que delatan su pasado uso como plaza de toros.
Si “lo Viejo” es el refugio de la arquitectura más tradicional, la llamada área romántica, nacida en el ensanche que se proyectó a mediados del siglo XIX, ofrece un vivo testimonio de esos años de la Belle Époque que irritaron a Baroja. En un extremo del Boulevard –la gran avenida que aún separa el área romántica y la Parte Vieja–, el más próximo al puerto, se levanta el actual Ayuntamiento que, originalmente, fue el Gran Casino de la ciudad, lugar de encuentro de las clases adineradas, pero también de célebres espías –como Mata Hari–, compositores –como Maurice Ravel–, e incluso revolucionarios rusos, como Trotsky.
Al otro lado del Boulevard se levantan otros dos iconos de la bella época: el Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina, cuyas fachadas miran al Urumea. En sus primeros años, aquellos templos del gusto a la francesa lograron atraer a los turistas más refinados, y después han seguido recibiendo a celebridades rodeadas de glamur: las que acuden cada año para participar en uno de los eventos más importantes de la ciudad: Zinemaldia, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Ya en el paseo de La Concha, icono inconfundible de San Sebastián, destaca el balneario La Perla (1912), auténtico santuario de la Belle Époque que sigue mirando a la que, para muchos, es la playa urbana más bella del mundo. Algo más adelante, antes de llegar al arenal de Ondarreta, se alza el Palacio de Miramar, construido en 1893 por José Goica para a alojar a los miembros de la Casa Real.
Pasada la fiebre de la moda francesa, Donostia asistió a la aparición de otros estilos, como el racionalismo. Un buen ejemplo es el recinto del Real Club Náutico (1929), en el puerto, y, ya en el barrio de Gros, los edificios de La Equitativa y la Casa de los Solteros, con su fachada de líneas Art Decó. Antaño ocupado por talleres y fábricas, hoy Gros es un distrito de moda al que los surfistas acuden para cabalgar las olas de Zurriola, pero también el lugar donde se levanta uno de los iconos de la arquitectura contemporánea: el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal.
Formado por dos cubos de vidrio que recuerdan a rocas varadas en las arenas de Zurriola, esta obra de Rafael Moneo se ha convertido en uno de los símbolos culturales de la ciudad. No en vano, aquí se celebra desde 1999 el Festival de Cine Internacional, y también muchos de los conciertos de Jazzaldia, además de otros eventos.
Hitos de hierro, bronce y hormigón
Chillida y Oteiza pasaron buena parte de sus vidas enfrentados, aunque aquellas diferencias se solventaron en 1997 con un abrazo. Aquel reencuentro sigue vigente a través de dos de sus esculturas, unidas por esa columna vertebral de la ciudad que es la bahía de La Concha. En el Paseo Nuevo, a los pies del monte Urgull, se encuentra Construcción Vacía (2002), de Oteiza. Las dos piezas de acero, reproducción a escala monumental de una obra anterior, son una puerta de Donostia al mar.
En el extremo contrario de la rada, en las laderas del otro coloso pétreo de la ciudad, el Igueldo, asoma El Peine del Viento, la obra que Chillida ideó, junto con Luis Peña Ganchegui, para este rincón de la bahía, integrando tres esculturas de hierro macizo y plataformas de granito en un lugar siempre azotado por las olas.
Entre las obras de Chillida y Oteiza, en el paseo de La Concha, salen a nuestro encuentro otras esculturas: por ejemplo, Zeharki (1983) de José Ramón Anda, Monumento a la reina María Cristina (1942), de José Díaz Bueno, Monumento a Fleming (1955) y Estela para Rafael Ruíz Balerdi, ambas de Chillida, o la más reciente Memoria (2007), de Aitor Mendizábal.
Frente a la playa, como un imán que atrapa sin remedio todas las miradas, se levanta la isla de Santa Clara. En el interior del edificio del antiguo faro, que fue vaciado, puede contemplarse otra obra escultórica espectacular: Hondalea (Abismo marino), de Cristina Iglesias, una pieza de gran dinamismo que integra las aguas del Cantábrico.
Hay también otras muchas esculturas en otros puntos de la ciudad, más allá del idílico entorno de La Concha. De hecho, Turismo de San Sebastián propone una ruta de 56 esculturas que dan vida al paisaje urbano de Donostia. El medio centenar largo de obras constituyen un museo al aire libre en el que descubrir creaciones que van del realismo a la abstracción, con piezas como Herri Txistu Otra (1975), de Remigio Mendiburu –un manojo de tubos sinuosos que se entrelazan mientras trepan por la fachada de un edificio–, o El Abrazo (2021), del también guipuzcoano Iñigo Aristegui, un homenaje a los fallecidos durante la pandemia que, con sus luces de neón, ilumina la ribera del Urumea, junto al puente de Santa Catalina.
Nuevos templos para nuevos tiempos
Si los años felices de la Belle Époque donostiarra tuvieron sus templos, la ciudad goza hoy de otros santuarios y nuevos devotos, en este caso entregados a la cultura. Y es que además de recintos como el Kursaal, la nueva Donostia puede presumir de una larga lista de enclaves que, en especial tras el nombramiento de la ciudad como Capital Europea de la Cultura (2016), se volcaron aún más en la difusión del arte, la historia o la música.
Aunque el Museo San Telmo inició su andadura en 1932, en los últimos años, y en especial tras la renovación de los arquitectos Nieto y Sobejano (2011), se ha convertido en un imprescindible de la cultura donostiarra. Ubicado a los pies del monte Urgull, en la Parte Vieja, este antiguo convento dominico del siglo XVI ofrece en su exposición permanente un atractivo recorrido por la historia y la sociedad vasca, a la que suma interesantes exposiciones temporales y una colección de arte que incluye obras de Rubens, Tintoretto, o Zuloaga, además de los 17 lienzos que José María Sert realizó para decorar las paredes de la iglesia conventual.
En el barrio de Egia, cruzando el Urumea, es otro edificio readaptado, el de Tabakalera, el que desde 2015 acerca las nuevas corrientes artísticas a donostiarras y visitantes. En sus 37.000 m2, convertidos en Centro Internacional de Cultura Contemporánea, se presentan al público distintas disciplinas a través de exposiciones temporales, y sus entrañas permiten además descubrir obras como Kuboa, una escultura móvil del argentino Julio Le Parc.
Ya en la cercana Hernani, en el apacible entorno de la finca Zabalaga, Chillida y su esposa Pilar Belzunce materializaron un viejo anhelo del artista: «Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque». El sueño se hizo realidad con Chillida-Leku, un museo único que hoy recorren miles de visitantes siguiendo el legado de un artista inmortal.
San Sebastián es hoy sinónimo de arte, música, cine y arquitectura, y está en las antípodas del «espíritu lamentable» del que se dolía Baroja en sus años de madurez. Pese a sus críticas, el escritor vaticinó con acierto un futuro luminoso para la villa costera: «San Sebastián ha de llegar a ser, dentro de unos años, un pueblo importante y serio». Si pudiera contemplar hoy su ciudad natal, sin duda don Pío estaría más que satisfecho.
Hotel Arbaso, diseño y vanguardia junto al Buen Pastor
Al igual que en los años de la Belle Époque, las nuevas corrientes también dejan huella en los nuevos locales de la ciudad. El Hotel Arbaso, con vistas a la catedral del Buen Pastor, en el área romántica, abrió en 2020 y, aunque está ubicado en un antiguo edificio de estilo francés, la reforma del arquitecto Iñigo Gárate y las interioristas Arantza Ania y Amaria Orrico, han dado forma a un espacio que mezcla con gusto exquisito las creaciones del artista bilbaíno Aitor Ortiz con elementos de diseño firmados por Norman Foster o Santa & Cole. El interior de Arbaso recibe al visitante con un entorno dominado por colores oscuros que contrastan maravillosamente con los suelos de madera de roble y el resto de materiales nobles utilizados en su construcción. El resultado: diseño y decoración favorecen una atmósfera de relax y elegancia. En cuanto a las habitaciones, estas destacan por una decoración sencilla y cargada de buen gusto. En total, el hotel cuenta con cincuenta amplias y luminosas habitaciones. En sus diferentes pisos, inspirados en los cuatro elementos, el visitante encuentra desde acogedores dúplex con chimenea hasta espaciosas suites con techos altos y vistas inigualables de la catedral. Los cabeceros de cuero, las cortinas de lino y las sábanas de alta calidad predominan en este lugar con un diseño minimalista.
Dónde comer:
Sukaldean. Capitaneado por Aitor Santamaría, Sukaldean es uno de los restaurantes más apreciados y concurridos de San Sebastián. Entre sus especialidades se encuentran platos tan sabrosos como la sopa de pescado donostiarra,la papada de euskaltxerri con vainas, la merluza albardada, el pichón asado, la chuleta de vacuno o el rape negro.
Restaurante Narru. Dirigido por Íñigo Peña, este espacio culinario ubicado en la planta baja del Hotel Arbaso ofrece una interpretación muy personal de la gastronomía vasca. Con una firme apuesta por los productores locales y el producto de kilómetro cero, en Narru podrás descubrir toda la variedad y riqueza de la cocina tradicional de la zona.
Bokado Mikel Santamaría. Ubicado en el Acuario de la ciudad, con unas vistas inigualables de La Concha y la isla de Santa Clara, Bokado ofrece una carta creativa y diferente. La carta de terraza y restaurante comprende un repertorio de entrantes característicos como el cardo con alcachofas y almejas, la vieira con changurro y coliflor, una sopa de faisán con hortalizas de invierno o la merluza con maíz, aguacate y caldo de molusco entre otras especialidades.