Rojo, azul, amarillo. Tres colores, una revolución. En los Países Bajos, las líneas rectas y los tonos puros de Piet Mondrian siguen marcando el pulso de ciudades y paisajes. Esta ruta es un viaje cromático por el corazón del neoplasticismo, donde cada fachada, museo o canal puede convertirse en un cuadro vivo.
Amersfoort, a apenas 50 kilómetros de Ámsterdam, es uno de esos encantadores pueblos que parecen detenidos en el tiempo. Su centro histórico, jalonado de canales, bicicletas y terrazas acogedoras, guarda un tesoro especial: la Mondriaanhuis, la casa natal del artista, convertida hoy en museo. En su interior, audiovisuales inmersivos y una cuidada museografía permiten adentrarse en la vida y obra de Mondrian, desde sus inicios más clásicos hasta su transformación en pionero de las vanguardias.

Si Rembrandt asombró al siglo XVII y Van Gogh dejó su huella en el XIX, Mondrian fue el gran revolucionario holandés del siglo XX. Aunque empezó pintando paisajes de estilo académico, su evolución lo llevó a abrazar la abstracción pura, con líneas negras, formas rectangulares y los tres colores primarios como símbolos de armonía universal.
Uno de los mejores ejemplos de cómo este legado ha impregnado la vida cotidiana se encuentra en Drachten, en la provincia de Frisia. Allí, el Museum Dr. 8888 acoge una interesante colección de arte moderno, con obras vinculadas al movimiento De Stijl.

Pero lo que realmente llama la atención es la calle Torenstraat, donde varias viviendas fueron diseñadas por Theo Van Doesburg con vivos colores primarios en fachadas, puertas y ventanas. Una de ellas ha sido rehabilitada como centro de interpretación: la casa Van Doesburg-Rinsema. En su interior, el visitante tiene la sensación de habitar una pintura neoplasticista.

En la misma calle, antiguos edificios educativos y viviendas particulares conservan también decoraciones originales del movimiento, incluyendo vidrieras con tonos secundarios como verdes o violetas. Algunas familias, como los Meinsma-Westerhof o los Volbeda, viven hoy en estos espacios, convertidos en piezas habitables del arte moderno.


Leiden: aquí nació De Stijl
Otro punto clave de esta ruta es Leiden, ciudad natal de Rembrandt y también epicentro involuntario del nacimiento de De Stijl. Fue aquí donde Van Doesburg se instaló en 1917 y dio vida a la revista homónima, punto de partida del movimiento. La ciudad ha abrazado con entusiasmo este legado: pasear por su casco histórico del siglo XVII, uno de los más bellos y mejor conservados del país (y que suma unos 2.800 monumentos), es también descubrir el rastro de estas vanguardias.

Aunque muchas exposiciones han sido efímeras, la ciudad sigue promoviendo actividades culturales vinculadas al arte abstracto, además de ofrecer una experiencia inolvidable a bordo de barcas que recorren sus canales. La monumental iglesia de San Pedro (Pieterskerk), hoy espacio polivalente, y sus cerca de 2.800 monumentos completan un escenario que seduce a cualquier viajero curioso. Los canales que atraviesan la ciudad en toda su extensión constituyen otro de sus principales atractivos.

Los vecinos de la ciudad llenan los kanalen en cuanto el clima les concede una pequeña tregua, ya sea disfrutando de una cerveza o una comida en sus orillas o a bordo de una de los cientos de barcas que surcan sus aguas. Una experiencia, esta última, que también los turistas pueden disfrutar, pues en el centro de la ciudad no es difícil alquilar una de estas embarcaciones o disfrutar de un apacible paseo de una hora mientras contemplamos la belleza de la ciudad.

La Haya
La Haya es otro destino imprescindible para entender la dimensión de Mondrian. Su museo municipal, el Gemeentemuseum, posee la mayor colección del mundo de obras del artista, incluyendo su última y más famosa pintura, Victory Boogie Woogie (1942-44). Aunque el museo ha adoptado recientemente el nombre Kunstmuseum Den Haag, mantiene intacta su pasión por el arte moderno.


Y ya que nos encontramos en La Haya, sería imperdonable no aprovechar para disfrutar de algunos de sus rincones más interesantes. Si después del “maratón” neoplasticista aún no hemos saciado nuestro apetito artístico, no hay duda de adonde debemos dirigir nuestros pasos: la primera etapa tiene que ser la Mauritshuis —la Galería Real de Pinturas—, donde se conservan obras de la talla de La joven de la perla (Vermeer), Lección de anatomía (Rembrandt) y otros muchos lienzos de Rubens, Jan Brueghel el Viejo o Roger Van der Weyden.

La obra de otro genio artístico del siglo XX, M. C. Escher, nos espera en el antiguo Palacio de la reina Emma (Lange Voorhout, 74) donde se reúnen la gran mayoría de los grabados y dibujos “imposibles” de este brillante artista neerlandés.

Al aire libre, el Binnenhof, centro político del país, ofrece una estampa de postal junto al estanque Hofvijver. Su arquitectura medieval y el ambiente tranquilo que lo envuelve al atardecer lo convierten en un final perfecto para una jornada llena de arte.

La ruta se completa con otras paradas igualmente sugerentes. En Utrecht, donde nacieron Van Doesburg, Van der Leck y Gerrit Rietveld, destacan el Centraal Museum y la Casa Rietveld-Schröder, obra maestra de la arquitectura neoplasticista. En Winterswijk, la Villa Mondriaan ofrece una visión más íntima de los primeros años del artista. Y en el Parque Nacional Hoge Veluwe, el Museo Kröller-Müller alberga una de las colecciones de arte moderno más importantes del país, con obras clave de De Stijl.

En los Países Bajos, el arte no se guarda solo en museos: forma parte del paisaje urbano y cotidiano. Seguir los pasos de Mondrian es, en realidad, una excusa perfecta para descubrir un país que late al ritmo del color, la línea y la forma.