Durante siete décadas (desde 1915 hasta los años setenta del siglo XX), el estadounidense Paul Strand desarrolló una extensa y productiva carrera que terminó por convertirle en uno de los creadores más influyentes de la historia de la fotografía, tanto por sus decisivas aportaciones en el plano estético como por su aproximación de tintes sociales y políticos.
Nacido en Nueva York en 1890, Strand tuvo la suerte de crecer en un momento crucial, en el que se aunaron los avances en fotografía (aparatos más cómodos y avanzados) con la difusión de las primeras muestras de modernidad en las artes visuales en los Estados Unidos de América. No en vano, Strand realizó sus estudios secundarios en la Ethical Culture School de Nueva York, donde casualmente ejercía entonces como profesor el sociólogo y fotógrafo Lewis Hine.
Hine sería una importante influencia para la formación y el futuro desarrollo de Strand como fotógrafo, pero también supuso el nexo de unión entre el joven y otra de las figuras artísticas más importantes del momento en la ciudad de Nueva York, el fotógrafo Alfred Stieglitz, por aquel entonces responsable de la galería 291 y editor de la revista Camera Work.
Stieglitz, que estaba casado con la artista Georgia O’Keeffe, fue uno de los principales introductores de las ideas y de la estética de vanguardia en los Estados Unidos, organizando muestras de artistas como Picabia, y reivindicando el papel de la fotografía como una forma de expresión artística tan válida como la pintura o la escultura.
Inevitablemente influido por Hine y Stieglitz, y aunque sus primeros pasos en la fotografía siguieron el estilo pictorialista –de moda en aquella época–, sus fotografías creadas a partir de 1915 mostraban una estética cercana a la abstracción, con instantáneas dominadas por formas, sombras y frutas que se aproximaban a las formulaciones cubistas.
Aquel primer trabajo poseía tanta modernidad y fuerza que Stieglitz, impresionado, dedicó dos números de su revista Camera Work a mostrar las imágenes de su joven amigo y pupilo. En aquellos mismos años de la segunda década del siglo XX, Strand abordó también por primera vez el que sería otro de sus temas característicos, realizando una serie de retratos en primer plano de gentes de las calles de Nueva York, con ejemplos como una de sus obras más célebres de esa época, Retrato de mujer ciega (1916), que mostraba ya su interés por los temas sociales y su fascinación por el ritmo de vida en las grandes ciudades modernas.
En la década siguiente, Strand continuó explorando las posibilidades estéticas del lenguaje fotográfico, y en estos años destacan sus fotografías de piezas mecánicas captadas con gran detalle, al tiempo que sigue avanzando en su forma de abordar los retratos, entre los que destacan sus primerísimos planos del rostro de su primera mujer, Rebecca.
Strand comenzó en los años 30 una serie de viajes que transformarían para siempre su forma de concebir la fotografía. En 1932 viajó a México, donde realizó una serie de trabajos para el nuevo gobierno del país, creando un cuerpo de trabajo en el que capturó las cualidades específicas de los lugares que visitaba, al tiempo que realizaba retratos de sujetos anónimos, campesinos, trabajadores, etc. Estos viajes se prolongarían durante estos años por el sudoeste americano y por Canadá.
Es en estas fechas también cuando se desarrolla su compromiso con las ideas políticas de izquierdas, que ya comenzó a dejar plasmadas en documentales como Redes, financiado por el Ministerio de Educación mexicano, o más tarde en Native Land (1942), donde por medio de escenas dramatizadas defendió la colectivización y la sindicalización de la mano de obra.
Este compromiso social y político es también evidente en su trabajo realizado en el estado de Nueva Inglaterra, y fueron sus ideas políticas las que le llevaron a emigrar a Francia en 1950, debido al clima de persecución comunista que se vivía entonces en Estados Unidos. Strand pretendía que su fotografía se convirtiera en testimonio de los valores humanistas, y defendía esta forma de expresión como método para plasmar a la gente corriente como héroes que se enfrentaban a los conflictos y problemas de sus propias vidas.
En Francia inició un proyecto que pretendía plasmar un pueblo francés ideal, pero durante su recorrido por el país galo en busca de esa localización perfecta, fue capturando con su cámara retratos de aquellas gentes ajenas a la industrialización y la modernidad, un trabajo que acabó publicándose en La France de Profil, en la que mostraba un mundo rural a punto de desaparecer.
Si en Francia buscó ese “pueblo ideal” resumen de un espíritu común, Strand no tardó en encontrarlo durante su estancia en Italia, concretamente en Luzzara, el pueblo natal de Cesare Zavattini, conocido guionista del neorrealismo italiano. Allí el fotógrafo estadounidense pudo captar la realidad cotidiana de un pueblo del norte del país que luchaba por sobreponerse a la miseria causada por la guerra y el fascismo. Un fascinante trabajo que cobró forma en el libro de fotografías Un paese: Portrait of an italian village.
En las últimas décadas de su vida Strand continuó viajando. “Me veo a mí mismo fundamentalmente como un explorador que ha empleado su vida en un largo viaje de descubrimiento”, escribió en sus últimos años. Entre sus postreros destinos estuvieron Rumanía, Marruecos, Egipto y Ghana (a donde viajó invitado por el primer presidente democrático del país tras la época colonial).
En Ghana, Strand quedó fascinado por la posibilidad de inmortalizar con sus fotografías el importante cambio político y la modernización que experimentaba aquel país que acababa de conseguir su independencia y que luchaba por un nuevo futuro. Un tema que volvía a ponerle frente a las posibilidades de la fotografía como medio para retratar las tribulaciones humanas.