Vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, pero sus ideas eran tan adelantadas para su tiempo que hoy siguen plenamente vigentes. Ateo, republicano y masón, la figura del sabio aragonés fue condenada al ostracismo durante la dictadura franquista, a pesar de que su legado científico lo revela como una de las grandes mentes de la España moderna.
Las aguas del mar –ese que tanto amaba– le dieron a Odón de Buen sus momentos más felices, pero también los más amargos. Fue surcando las olas, a bordo de una veterana fragata de la Marina de Guerra española, cuando descubrió la vocación de su vida: estudiar la flora y la fauna de los siete mares para compartir aquel tesoro maravilloso con el resto del mundo.
Cumplió su sueño y fue feliz atravesando el Mare Nostrum, visitando islas, recorriendo costas, documentando especies y transmitiendo aquella pasión a sus alumnos. Sin embargo, el mar fue también escenario de sus momentos más oscuros. Fue un barco el que le transportó de Mallorca a Valencia tras más de un año en una cárcel fascista, y otro navío –esta vez en un viaje mucho más largo– lo trasladó al otro lado del Atlántico, a México, buscando un puerto seguro que lo protegiera de la sinrazón y el fanatismo.
En uno y otro caso, Odón de Buen llevaba el alma comida por la pena. En el primer viaje lloraba la pérdida de su hijo Sadí, fusilado por los falangistas, y en el segundo extrañaba a su esposa Rafaela, fallecida el año anterior, en el exilio francés de Banyuls-sur-mer.
La dictadura franquista se esmeró en ocultar los logros de aquel aragonés bueno y brillante, que por su condición de republicano, ateo, librepensador y masón encarnaba todo aquello que detestaba el régimen fascista. Fruto de aquel olvido forzado, Odón de Buen es hoy un gran desconocido para el público, pese a que debería ocupar un lugar de honor como uno de los grandes científicos de nuestro país y renovador de las enseñanzas universitarias. Esta es su historia.
Alumno brillante
Odón de Buen nació en Zuera en 1863, en el seno de una familia trabajadora y humilde que hizo todo lo posible por darle la mejor educación. Inició los estudios en su localidad natal, pero en el primer año de bachillerato sus notas eran tan brillantes que sus padres decidieron mudarse a la cercana Zaragoza con el fin de ofrecerle al pequeño Odón las mejores oportunidades.
Aunque el Ayuntamiento de Zuera concedió una ayuda al prometedor alumno, tanto sus padres como el muchacho tuvieron que esforzarse para salir adelante en la capital aragonesa. Para arrimar el hombro, Odón actuaba a menudo como comparsa en las obras que se representaban en el Teatro Principal de la ciudad –donde trabajaba su padre– y al mismo tiempo daba sus primeros pinitos como profesor dando clases de repaso a estudiantes más jóvenes.
Así, con estudio y mucho trabajo, Odón de Buen consiguió acabar el bachillerato y se matriculó en la Universidad de Zaragoza. Su intención, sin embargo, era cursar Ciencias Naturales, estudios que sólo se impartían en Madrid. Fue así como, a comienzos de la década de 1880, aquel jovencísimo y brillante zufariense llegaba a la capital de España –de nuevo con ayuda de sus padres y una exigua beca del Ayuntamiento de Zuera y el Ministerio de Fomento– para cumplir sus sueños.
En Madrid se alojó en modestísimas pensiones «de a tres pesetas y media todo incluido» y, mientras avanzaba en sus estudios de la mano de reputados profesores como Ignacio Bolívar o José Macpherson, financiaba sus gastos dando clases de repaso –como ya hiciera en Zaragoza– a otros estudiantes menos aventajados. Casualidades del destino, uno de sus alumnos fue Miguel Primo de Rivera, el futuro dictador, con quien siempre mantuvo una buena amistad a pesar de las enormes diferencias ideológicas que les separaban.
Cuando no estaba en las aulas o impartiendo clases para ganarse unas pesetas, el Odón universitario ocupaba sus horas libres en visitas a museos de la capital, pero también era asiduo asistente a muchas de las tertulias que se celebraban aquellos años en los cafés madrileños, y en los que se reunían algunas de las personalidades más brillantes de la política, la ciencia o la literatura de su tiempo. En aquellas tertulias, como las del Café de la Marina o el Café Imperial, Odón de Buen conoció a Nicolás Salmerón (quien se convertiría en uno de sus referentes políticos) y a Emilio Castelar, pero también a Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, figura con la que compartía inquietudes similares.
Aquellos años forjaron también las inquietudes políticas del aragonés. En las tertulias de la capital conoció a Fernando Lozano Montes, su futuro suegro y propietario de Los Dominicales del Libre Pensamiento, una publicación de ideología republicana en la que pronto comenzó a colaborar con sus escritos. Pero Lozano no fue sólo su mentor político, sino que también le abrió las puertas a la masonería, hermandad en la que no tardó en iniciarse y cuyos postulados sirvieron para cimentar sus ideales progresistas y librepensadores.
La aventura de La Blanca
En 1885, cuando tenía sólo 22 años, se produjo uno de los hechos más trascendentes en la vida del joven estudiante aragonés. Aquel año, la Marina de Guerra española planeaba realizar un viaje de formación para guardiamarinas que duraría tres años y daría la vuelta al globo, y la Sociedad Española de Historia Natural consiguió del Gobierno el permiso para incluir un reducido grupo de científicos en la embarcación. Cuando Ignacio Bolívar –entonces director del Museo de Historia Natural– se enteró de la travesía, propuso la creación de una comisión científica, y los escogidos para dirigirla fueron su brillante alumno Odón de Buen y el ingeniero de montes Tomás Erice.
Por aquel entonces, De Buen era ya un apasionado defensor del darwinismo, y sin duda la aventura que se presentaba ante sus ojos le hizo sentirse un poco como su admirado Darwin a punto de embarcar en el Beagle. Por desgracia, los limitados recursos del Gobierno en aquellas fechas acabaron convirtiendo lo que iba a ser un viaje de tres años alrededor del mundo en una travesía de sólo cinco meses por aguas europeas y del norte de África.
Odón se enteró poco después de llegar a la fragata para instalar el instrumental científico, y pese a la decepción inicial, se dispuso para cumplir su tarea con entusiasmo. La Blanca zarpó del puerto de Cartagena el 21 de junio de 1886 con destino Plymouth (Reino Unido) y unos 350 hombres a bordo, entre marineros, oficiales y los miembros de la comisión científica.
Comenzaba así una travesía que les llevó a las costas de Inglaterra, Noruega, Finlandia, Suecia y otros territorios del norte. A menudo, los científicos desembarcaban en algún punto y se separaban de la fragata, visitando por tierra ciudades como Berlín, donde acudían a importantes museos y universidades, en las que Odón se empapó de los métodos de enseñanza y las prácticas de aquellos países.
Tras la primera etapa del viaje, la Blanca puso rumbo de nuevo al Mediterráneo, y tras una escala en Francia –donde visitaron el Laboratorio de Zoología Marina de Villefrance-sur-mer–, la expedición se dirigió al norte de África. Allí los comisionados científicos se quedaron en Argelia y emprendieron una apasionante expedición a la cordillera del Atlas y al desierto del Sahara, culminando su aventura en Tuggourt.
Aquellos cinco meses recorriendo Europa y el norte de África fueron fructíferos en materia científica, y Odón y sus compañeros consiguieron recoger ejemplares de distintas especies marinas, pero también pequeños mamíferos, aves, plantas y fósiles, piezas valiosas que pasaron a engrosar la colección de los museos madrileños. De Buen plasmó también sus impresiones del viaje en un libro titulado De Kristiania a Tuggurt, pero sin duda alguna la consecuencia más importante de aquel viaje fue el impacto que tuvo para su carrera.
Tras aquellos cinco meses apasionantes, Odón de Buen tenía claro cuál era su vocación científica. Anhelaba convertirse en un brillante oceanógrafo, una disciplina que en aquellas fechas comenzaba a dar sus primeros pasos. Él mismo lo recordaría así años más tarde, mientras redactaba sus memorias:
«Conocía el mar; lo contemplé soberbio, imponente, en tempestades violentas, moviendo nuestro fragatón de madera con desprecio a su insignificancia y arrancándole gemidos agudos (…) Y sentí afanes insaciables por conocer los secretos ocultos bajo las olas, y las causas, poco aparentes, del origen y de la vida de los océanos; y leí mucho, y pensé mucho, y formé decisión firme de dedicarme a la Oceanografía, que entonces alboreaba».
La revolución pedagógica
En los años siguientes, el joven científico aragonés siguió formándose para cumplir su sueño. Pasó algún tiempo estudiando en la Universidad de Burdeos y entabló contactos con el zoólogo francés Henri de Lacaze-Duthiers, en aquel entonces director del Laboratorio Oceanográfico Aragó, en Banyuls-sur-mer, a apenas 10 kilómetros de la frontera española.
Allí, gracias a la buena disposición del sabio galo, De Buen pudo aprovechar sus instalaciones, embarcándose en el navío Roland y realizando campañas en las islas Baleares y diversos puntos de la costa catalana. Al igual que había sucedido con su viaje en La Blanca, el descubrimiento del laboratorio francés resultó muy inspirador para De Buen, quien desde sus primeras visitas tuvo claro que España debía tener pronto instalaciones semejantes.
Fue precisamente en esta época cuando Odón conoció al príncipe Alberto de Mónaco (auténtico pionero de los estudios oceanográficos), entablando rápidamente una amistad que se prolongaría durante años y que le permitió entablar contacto con los investigadores más señalados de la especialidad oceanográfica.
Poco después, en 1889, se produjo otro avance en la ya imparable carrera del científico maño. Aquel año ganó la cátedra de Zoología en la Universidad de Barcelona, puesto que ocuparía nada menos que durante 22 años. Sin embargo, Odón de Buen no pensaba limitarse a impartir clases “magistrales” a sus alumnos. Consciente del pésimo estado de la docencia en España, y llevado por sus intereses en materia pedagógica, Odón se lanzó a la tarea de renovar la enseñanza de las ciencias naturales en la universidad catalana.
El aragonés recordaba sus años de aprendizaje como un compendio de todo lo que no se debía hacer en términos pedagógicos: «El sistema pedagógico de aquellos tiempos era deplorable (…) tres horas de prisión por la mañana y tres por la tarde». Así, Odón decidió dar un giro a sus clases, que se basarían en tres pilares fundamentales: lecciones orales, prácticas en el laboratorio y excursiones al campo.
Esta última actividad le resultaba de vital importancia pues, como él mismo recordaba: «Estudiar la naturaleza en la naturaleza misma ha sido siempre mi afán. Conocer los seres naturales en las colecciones, formadas con arreglo a una clasificación cualquiera, disecados con mayor o menor fidelidad, no es conocer la naturaleza».
Las prácticas en laboratorio tardaron algún tiempo en llegar –sobre todo por falta de medios y espacios apropiados–, pero poco después de hacerse con la cátedra Odón inició las excursiones al campo con sus alumnos. Algunas de ellas eran obligatorias (siempre gratuitas y por lo general cerca de Barcelona) y otras voluntarias, que solían coincidir con las vacaciones y estaban pensadas con mayor ambición.
De este modo, De Buen y sus alumnos recorrieron los alrededores de Barcelona, visitando Gavá, Castelldefels o Papiols, pero también acudieron al laboratorio Aragó de Banyuls-sur-mer, donde pudieron aprovechar sus instalaciones. Este destino, y la isla de Mallorca se convirtieron pronto en excursiones que se repetían año tras año, siempre con la finalidad de estudiar y conocer a fondo la flora y la fauna de costas e interior. En una ocasión, incluso, Odón organizó un ambicioso viaje de estudios a Italia en el que, acompañado por unos cincuenta alumnos, visitaron Génova, Milán, Pisa, Roma y Nápoles, incluyendo un ascenso al Vesubio y visitas a laboratorios de biología marina.
Entre sus acciones pedagógicas también destacó su implicación en la llamada Extensión Universitaria, una iniciativa que seleccionaba a los mejores alumnos para que impartiesen conferencias y cursos destinados a la población, y especialmente a las clases con menos recursos. Estas conferencias incluían a menudo charlas en círculos obreros, donde acudían familias enteras para escuchar lecciones sobre todo tipo de materias.
Este fue otro punto importante en la labor pedagógica de Odón, defensor de extender la enseñanza a todos los niveles de la sociedad, y adalid de la divulgación científica, tarea que entendía como una herramienta de valor incalculable para mejorar la sociedad. Un ideal este que entroncaba directamente con sus ideales masónicos y librepensadores: «Educaos, instruiros en las aulas, pero no seáis ávaros de la Ciencia que poseáis, difundirla por el Pueblo; haced cuestión de honor arrancar a éste de la ignorancia; lograréis así la grandeza de nuestra raza y contribuiréis al bienestar de la Humanidad».
De concejal a senador
La lucha en las aulas y su imparable actividad científica no impidieron, sin embargo, que Odón de Buen continuara con su implicación política. Durante su etapa universitaria en Madrid el científico había frecuentado la compañía de Nicolás Salmerón y, ya iniciado el siglo XX, dio un paso más en su implicación con sus ideales republicanos. Así, De Buen se sumó a las filas del partido de Salmerón, y llegó a ser elegido concejal de Barcelona entre 1903 y 1906, y más tarde senador por la provincia en 1907 en las filas de Solidaritat Catalana.
En el desempeño de su labor política, Odón se destacó como defensor de la autonomía de Cataluña –siempre desde la unidad de España– y de la protección a su lengua, su cultura y su tradición literaria. Con la muerte de Salmerón en 1908, y al no ser reelegido senador, el científico decidió abandonar la carrera política para dedicarse de lleno a sus investigaciones oceanográficas y a la docencia.
En cualquier caso, el aragonés continuó fiel a sus ideales republicanos y librepensadores. Al recordar en sus memorias su breve carrera política, Odón hizo notar sus fuertes convicciones –además de un notable optimismo–, al asegurar al respecto: «España ganó un oceanógrafo pero perdió, quizá, un presidente de la República».
Centrado por completo a su faceta docente e investigadora, en los años siguientes De Buen consiguió algunos de los mayores logros para la oceanografía española. En el año 1906 consiguió, por fin, poner en marcha el Laboratorio Biológico Marino de Porto Pi (Palma de Mallorca), que arrancó sus actividades con un estudio de las costas de Ibiza a bordo de un pequeño barco incautado por las autoridades a unos contrabandistas.
A aquella primera campaña siguieron otras por el norte de África –en 1908 y 1912–, y se propició la creación de otros laboratorios en Málaga, Santa Cruz de Tenerife o Vigo. El mayor éxito, sin embargo, tuvo lugar en 1914, cuando se constituyó el Instituto Español de Oceanografía, entidad que sigue vigente aún en nuestros días y que presidió en sus primeros años Odón de Buen. Con el ejemplo de los institutos que había conocido en el extranjero, la institución acometió diversas expediciones por todo el litoral español a bordo de navíos como el Núñez de Balboa o el Hernán Cortés, situando a España a la altura de otros países europeos en materia oceanográfica.
Regreso a Madrid
Mientras tanto, en 1911 Odón de Buen había abandonado la cátedra de la Universidad de Barcelona para trasladarse a Madrid, consciente de que en la capital del estado gozaría de mayores oportunidades para seguir progresando en su labor científica. En un primer momento ocupó la cátedra de Mineralogía y Botánica –además de convertirse en director de la Escuela Botánica de la universidad–, y más tarde ejerció como catedrático de Biología y Geología.
Al igual que había hecho en Barcelona, De Buen se embarcó en la tarea de renovar la enseñanza de ciencias en el ámbito universitario. Aplicó de nuevo su esquema de clases orales, prácticas de laboratorio y excursiones al campo para que sus alumnos se aprovecharan del contacto directo con la naturaleza.
En esta ocasión, sus estudiantes tuvieron oportunidad de visitar los alrededores de Madrid, pero también Andalucía y, en especial, un rincón de Cuenca que siempre cautivó al catedrático: la Ciudad Encantada. Odón dedicó no pocos artículos y estudios a esta singular formación geológica, y favoreció tanto su promoción –atrayendo visitantes nacionales e internacionales–, que las autoridades decidieron bautizar uno de sus rincones con el nombre del científico. También hubo ocasión para viajes voluntarios al extranjero, como el que se llevó a cabo en 1913 a Mónaco –siendo recibidos por el príncipe Alberto– y que fue reflejado en la prensa de la época.
Mientras continuaba con sus investigaciones y sus clases, el zufariense favoreció la participación de España en destacados eventos y sociedades científicas, logrando la creación de la Comisión Internacional del Mediterráneo en 1919 o la participación en el Consejo Oceanográfico Iberoamericano. En marzo de 1923, coincidiendo con la visita a España de Albert Einstein, Odón fue el encargado de presentar al sabio alemán ante una expectante audiencia en el Ateneo de Madrid, e incluso llegó a proponer al Gobierno que el físico dirigiese un proyecto de investigación español, cosa que por desgracia no llegó a suceder.
Cuando falleció su gran amigo el príncipe Alberto de Mónaco, fue elegido para sucederle como presidente de la sección oceanográfica del Consejo Internacional de Investigaciones Científicas, nombramiento que supuso un espaldarazo definitivo a sus trabajos, otorgándole un reconocimiento internacional que se prolongó durante años.
En 1933 cumplió 70 años, edad estipulada en aquella época para la jubilación, pero gracias a la insistencia y al cariño de sus alumnos, obtuvo el permiso para dar clase un año más. Cuando al curso siguiente llegó la hora definitiva de la jubilación, Odón de Buen escogió dar su discurso de despedida en la Universidad de Barcelona, centro en el que había iniciado su labor docente y que le brindó un entrañable y caluroso adiós.
Guerra, prisión y exilio
Aunque oficialmente jubilado de sus labores docentes, y pese a su avanzada edad, Odón de Buen no abandonó por completo la investigación ni la divulgación científica, por lo que a menudo visitaba los diferentes laboratorios fundados por él en distintos puntos de la geografía española.
Precisamente se encontraba en el primero de ellos, el de Porto Pi (Palma de Mallorca) cuando le sorprendió el inicio de la Guerra Civil. Bien conocido por sus ideas republicanas y su condición de masón, las tropas sublevadas lo detuvieron y, a pesar de su edad –tenía entonces 73 años–, fue encarcelado en prisión.
Las malas condiciones de la cautividad y su delicado estado de salud –padecía diabetes– obligaron a su traslado al hospital. Ni siquiera allí, privado de libertad y sin salud, consiguieron sus captores poner freno a su pasión por el conocimiento, pues organizaba charlas sobre fauna y flora que compartía con sus compañeros de convalecencia y prisión.
Por suerte, y gracias a la intervención de los cónsules de Dinamarca y Reino Unido –que ayudaron en las negociaciones para su liberación–, Odón de Buen fue puesto en libertad después de más de un año de cárcel. Ironías del destino, el aragonés consiguió la libertad al ser intercambiado por tres presas de gran valor para los nacionales: María del Carmen y Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, y Margot Larios, hijas y nuera respectivamente del que había sido su amigo durante años, Miguel Primo de Rivera.
Tras obtener la libertad –y apenado por la muerte de su hijo Sadí, fusilado en Sevilla por miembros de Falange–, Odón y su esposa Rafaela se trasladaron a Banyuls-sur-mer, la localidad francesa donde tan buenos momentos había pasado. Allí murió su mujer en 1941, y poco después el aragonés embarcaba de nuevo, esta vez rumbo al exilio definitivo en México. El país azteca le recibió con los brazos abiertos, y De Buen incluso conservó ánimos para impartir algunas clases en la Universidad Autónoma de México.
Sin embargo, su salud estaba ya deteriorada por la enfermedad y la pena, y finalmente falleció en agosto de 1945, siendo enterrado en el Panteón Español del distrito federal. Pasado más de medio siglo, prácticamente desconocido todavía por culpa del ostracismo al que se vio sometido durante el franquismo, sus cenizas regresaron a Zuera, su localidad natal, donde descansan actualmente en un mausoleo que honra la memoria del que fue uno de los científicos más brillantes de su tiempo.
PERSEGUIDO POR LA IGLESIA
Durante estos últimos años del siglo XIX, Odón no sólo dedicó su tiempo a la enseñanza en la cátedra y a sus numerosas excursiones, sino que también escribió numerosos trabajos sobre ciencias naturales, al tiempo que continuaba colaborando con textos de índole política en Los Dominicales del Libre Pensamiento.
En el terreno científico publicó una completísima Historia Natural, que abarcaba tomos dedicados a la zoología, la botánica y la geología, así como un Tratado elemental de Geología y un Tratado elemental de Zoología. Estos últimos libros estaban pensados como apoyo a sus clases en la universidad, pero no tardaron en dar inicio a uno de los episodios más singulares en la vida de Odón de Buen.
Unos años antes de su llegada a Barcelona, Odón había publicado un escrito en Los Dominicales proponiendo la creación de un monumento dedicado a Giordano Bruno, quemado en la hoguera por la Inquisición en 1600 a causa de sus “heréticos” planteamientos. Poco podía imaginar entonces, que él mismo se iba a convertir en blanco de los ataques de la jerarquía católica.
En los últimos años de la centuria, la universidad española era un bastión antievolucionista, en el que las teorías de Charles Darwin se consideraban un ataque directo a la doctrina católica, en aquel entonces religión oficial del estado, y por tanto de las instituciones educativas.
En este ambiente oscurantista había no obstante numerosos profesores que defendían las teorías evolucionistas –en aquellas fechas también conocidas como transformistas– y Odón de Buen era uno de sus principales valedores. El científico aragonés había incluido algunas menciones a tales ideas en sus tratados de zoología y geología, y la Iglesia catalana no pasó por alto aquel hecho.
En verano de 1895 el obispo de Barcelona, Jaume Catalá, había hecho notar a sus superiores varios párrafos “heréticos” presentes en la obra de De Buen, y el mismísimo papa León XIII las condenó en un decreto, siendo incluidas en el Índice de Libros Prohibidos. Poco después. coincidiendo con el arranque del nuevo curso, una asociación católica de Barcelona elevó sus quejas a las autoridades, amparándose en un apartado de la llamada Ley Moyano, en la que se prohibía la enseñanza de cuestiones contrarias a la doctrina católica por ser esta la oficial del estado.
El rector, Julián Casaña, decidió despedir temporalmente a De Buen de sus funciones docentes, siendo apartado de la cátedra. A pesar del castigo, Odón de Buen se presentó al inicio de las clases el 7 de octubre y, ante un auditorio expectante, arremetió contra sus enemigos: «Parece que esto huele a muerto, pero que conste que si alguno muere, será la libertad de cátedra».
Los ánimos no tardaron en caldearse entre el alumnado, en su mayoría favorable al catedrático, y al día siguiente una marabunta de 300 estudiantes acompañaron a De Buen hasta su casa, coreando vivas a la libertad, a la enseñanza libre y a su maestro, mientras pedían la muerte del obispo. En el camino de vuelta, los alumnos se detuvieron para apedrear la casa del prelado, y con aquel gesto dieron inicio varias semanas de altercados que tuvieron un sonoro eco en la prensa nacional.
La disputa acabó meses después, cuando el capitán general de Cataluña, Valeriano Weyler, aconsejó al Gobierno que De Buen fuese restituido a su cátedra con el fin de acabar con los disturbios. Así fue como el aragonés reinició sus clases, ganando la batalla a los sectores más reaccionarios.
LAS AMISTADES DE UN GENIO
Odón de Buen fue un genio no exento de contradicciones. No en vano, habiendo nacido a las puertas de los desérticos Monegros, dedicó su vida al estudio de los océanos. Y es que a pesar de sus inquebrantables y profundas convicciones republicanas y progresistas, Odón antepuso siempre la relación con las personas frente a las ideas. Su republicanismo, por ejemplo, no le impidió tener una estrecha amistad durante buena parte de su vida con Miguel Primo de Rivera, a quien en su juventud ayudó a preparar sus estudios para el acceso a la Academia Militar de Zaragoza.
Años más tarde, entabló también una sólida amistad con el archiduque Luis Salvador de Austria, un personaje interesado en numerosas disciplinas científicas, propietario de una gran finca en Mallorca, a la que Odón acudía a menudo durante las excursiones a la isla con sus alumnos.
La amistad con el príncipe Alberto de Mónaco –uno de los fundadores de la oceanografía moderna– también jugó un importante papel en la carrera del aragonés, pues además de ponerle en contacto con otras grandes figuras de la disciplina, le permitió alcanzar notoriedad internacional entre sus colegas. No faltaron tampoco relaciones con el rey Alfonso XIII, con quien tuvo un trato cordial a raíz de la creación de la Ciudad Universitaria de Madrid, proyecto en el que colaboró el científico.
En otros ámbitos sociales, Odón de Buen también desarrolló una notoria amistad con personajes de la vida cultural y científica española, como Ramón y Cajal y artistas de la talla de Santiago Rusiñol o Mariano Benlliure. Este último, además, fue el creador de un busto en honor al sabio aragonés. Su interés por la pedagogía y la enseñanza laica le acercó algunos años a Francisco Ferrer y Guardia, responsable de la Escuela Moderna, con quien las fuerzas políticas más reaccionarias intentaron relacionar tras los hechos de la Semana Trágica, suceso que acabó con el fusilamiento de Ferrer.
Más información: Fundación Odón de Buen
Bibliografía:
–CALVO ROY, Antonio. Odón de Buen. Toda una vida. Ediciones 94 (2013).
–BUEN, Odón de. Mis memorias (Zuera, 1863-Toulouse, 1939). Zaragoza, 2003. Institución Fernando el Católico y Ayuntamiento de Zuera.