Cuando uno piensa en los castillos más famosos de Japón, la mente suele volar hacia el imponente castillo de Osaka, reconstruido en hormigón armado y rodeado de rascacielos, o al castillo de Hiroshima, que resurgió de sus cenizas tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lejos de esas grandes urbes y de la imagen más turística del país, se alza silenciosamente una imponente fortaleza que sigue siendo en gran medida desconocida para el viajero internacional: el castillo de Matsumoto.
Situado en la prefectura de Nagano, a apenas tres horas en tren desde Tokio, Matsumoto conserva uno de los castillos más antiguos, auténticos y mejor preservados de todo Japón. Declarado Tesoro Nacional en 1936, este castillo es uno de los pocos que aún conservan su estructura original de madera desde el período Sengoku (finales del siglo XVI). Su elegancia sobria y oscura, que contrasta con el blanco resplandeciente de otros castillos como el de Himeji, le ha valido el apodo de Karasu-jō, el Castillo del Cuervo. Pero su fama va mucho más allá de su belleza estética: estamos ante un símbolo vivo del Japón feudal.
Una fortaleza en la llanura
Mientras que la mayoría de castillos japoneses fueron construidos sobre colinas o elevaciones estratégicas para facilitar la defensa, Matsumoto es un ejemplo de hirajiro, o castillo llano. Esta particularidad obligó a sus constructores a diseñar un sistema defensivo más complejo y creativo, que incluía profundos fosos, múltiples murallas concéntricas y un ingenioso trazado de pasillos, trampas y puntos ciegos para confundir a posibles invasores.
La construcción de la torre principal (tenshu) comenzó en 1592 bajo el gobierno del clan Ishikawa, vasallos del poderoso clan Tokugawa. El conjunto original incluía la torre principal, una torre secundaria y un corredor que las unía, todos ellos construidos en un breve período de tiempo, lo que explica su asombrosa unidad arquitectónica. En los siglos siguientes, se añadieron otras estructuras, como la torre Tsukimi Yagura o torre de observación lunar, construida ya en tiempos de paz para la contemplación más que para la defensa.

Un castillo auténtico
A diferencia de muchos castillos japoneses reconstruidos tras ser destruidos por guerras o incendios, Matsumoto ha sobrevivido casi intacto gracias a la movilización ciudadana y a una fuerte conciencia patrimonial. En el siglo XIX, durante la Restauración Meiji, cuando muchas estructuras feudales fueron demolidas, los habitantes de la ciudad organizaron campañas para salvar el castillo. Esta resistencia local fue clave para que hoy podamos recorrer sus salas originales, subir por sus escaleras empinadas —casi verticales— y tocar la madera centenaria que aún cruje bajo nuestros pies.
El interior del castillo está despojado de ornamentos superfluos, como corresponde a una fortaleza construida con fines militares. Se pueden observar troneras de diferentes formas y tamaños, diseñadas específicamente para disparar flechas o arcabuces, así como espacios de almacenamiento de armas y grano. Cada piso cumplía una función específica, y la distribución interna responde a un diseño completamente funcional, sin lujos, pero con una admirable eficiencia.
Desde el último piso, se obtiene una vista panorámica de la ciudad y de los Alpes Japoneses al fondo. En primavera, los cerezos en flor son los auténticos protagonistas del lugar.

Un icono cultural vivo
Matsumoto no vive del pasado. A pesar de su modesto tamaño, es una ciudad con una identidad cultural muy fuerte en cada estación del año:
En invierno, un espectáculo de luz ameniza las largas noches ante la atenta mirada de los visitantes.
Cada año, en primavera, el foso del castillo se llena de pétalos de cerezo flotando como nieve rosa, en uno de los hanami (festivales de contemplación de la floración) más mágicos y menos concurridos del país. Durante el Takigi Noh, una representación de teatro clásico iluminado con antorchas frente al castillo, el visitante puede sentir que ha viajado en el tiempo.
En verano, el castillo acoge uno de los festivales de música clásica más prestigiosos de Japón, el Saito Kinen Festival, fundado por el célebre director Seiji Ozawa.
Por último, en otoño, cuando las hojas de los arces tiñen los jardines de rojo y oro, el castillo parece surgir de un grabado de Hiroshige.
Una localización privilegiada
Su cercanía a los Alpes japoneses convierte a Matsumoto en la puerta de entrada a rutas de senderismo espectaculares, como la del valle de Kamikōchi o los pueblos históricos del Kisoji, antigua ruta del Nakasendō. Es un destino perfecto para combinar naturaleza, cultura y arquitectura.

El Japón que no esperabas
Visitar el castillo de Matsumoto es descubrir un Japón menos mediático y más auténtico. Un lugar donde las tradiciones no están recreadas para el turismo, sino que se viven con naturalidad. Donde el respeto por el pasado convive con la creación contemporánea. Y donde el viajero, al alejarse de las rutas trilladas, encuentra algo que no esperaba: un país que todavía tiene secretos por revelar.
Así que no: el mejor castillo de Japón no está en Osaka, ni en Hiroshima, ni siquiera en Himeji. Está en una pequeña ciudad de montaña, donde el cuervo negro del pasado sigue alzando el vuelo entre cerezos, montañas y memoria.
