¿Se puede capturar el alma de Madrid en solo doce fotografías? El fotógrafo Rafael Bastante se enfrentó a ese reto con una mirada tan crítica como apasionada. Una historia visual que arranca en la Gran Vía y acaba revelando lo imposible: que Madrid no se retrata, se vive.
Hace unos años recibí un encargo tan retador como estimulante: crear un calendario sobre Madrid con doce fotografías que retrataran su esencia. Doce imágenes para encapsular una ciudad tan vasta, viva y contradictoria. ¿Cómo mostrar lo fundamental sin caer en tópicos? ¿Cómo sintetizar la diversidad de una gran capital en apenas una docena de disparos?
La respuesta, creo, la intuimos todos: no se puede. Las ciudades, y Madrid más que ninguna, escapan a cualquier intento de encasillamiento. Tienen vida propia. Se rebelan contra el cliché.
Luces y sombras de una ciudad
Como madrileño de pura cepa, he pateado la ciudad lo suficiente como para quererla con sus luces y sus sombras. Madrid se deja querer, pero también desespera. Tiene su encanto y su desorden, su hospitalidad cálida y su falta de filtro. Por lo tanto, este encargo tenía que intentar albergar imágenes más turísticas, pero también las muchas esencias de Madrid, su energía, sus terrazas repletas en las noches de verano, la vida nocturna, su hospitalidad, su sordidez, ese desorden que se intenta disimular sin éxito.
Madrid no es una ciudad cómoda ni complaciente: te obliga a adaptarte o a marcharte. Sabina lo dijo mejor que nadie desde el escenario de La Mandrágora: “Ciudad invivible, pero insustituible”.
Recuerdo que bajé muchas veces al centro con la cámara, buscando ángulos y momentos. Cuando uno fotografía, aprende a mirar distinto: no solo lo obvio, sino lo invisible. Hay que leer el contexto, pero también detenerse en los pequeños detalles. Y si algo tiene Madrid, es abundancia de ellos.
La Gran Vía y un edificio con historia
Siempre me ha fascinado la Gran Vía. En tan poco espacio concentra una riqueza arquitectónica y vital impresionante. Solo hay que levantar la vista con calma para descubrir fachadas, tejados y neones que componen un mosaico inagotable.
Entre todos sus edificios, hay uno que siempre me ha atrapado: el Edificio Telefónica. Majestuoso, algo arrinconado, pero con ese aire neoyorquino solemne. Fue, en su día, el edificio más alto de Europa y el centro neurálgico de las comunicaciones en España. Desde allí se hizo la primera llamada transoceánica: el rey Alfonso XIII hablando con el presidente Calvin Coolidge.
También fue testigo de la historia más cruda: bombardeado durante la Guerra Civil, refugio para muchos y cuartel general de corresponsales como Ernest Hemingway. Tenía claro que debía incluirlo en el proyecto.
El problema era: ¿cómo fotografiarlo? Su ubicación complica el encuadre. Un plano lateral lo distorsionaría. Podía optar por un contrapicado con angular, siempre resultón, aunque ya muy visto. O buscar un patrón en sus ventanas, o incluso explorar su interior, donde destacan unas escaleras de caracol fotogénicas como pocas.
Pero entonces, tras un buen rato de observación, lo vi claro. Bajando las escaleras del metro de Gran Vía, descubrí el encuadre perfecto: el rombo del metro en primer plano, y al fondo, imponente, el Edificio Telefónica. Ambos iconos del paisaje madrileño. Llevaba montada un objetivo de 35 mm y el encuadre me pareció acertado, así que cerré el diafragma a f/13 para asegurar nitidez en toda la escena. Y disparé.
Para el encargo final envié unas cincuenta fotos, de las cuales eligieron doce, más portada y contraportada. La de la Gran Vía con el Edificio Telefónica se coló en la mayoría de los calendarios que diseñé. Supongo que eso quiere decir que acerté. Que, aunque sea por un instante, logré hablar de Madrid con una sola imagen.
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