¿Sabías que España alberga algunos de los conjuntos modernistas más bellos y desconocidos de Europa? En el Día Mundial del Modernismo, viajamos a través de edificios que no solo deslumbran por su estética, sino que fueron diseñados para mejorar la vida de las personas. Descubre cómo la arquitectura modernista puso la creatividad al servicio del bienestar y la identidad.
Hoy se celebra el Día Mundial del Modernismo, una fecha que nos invita a redescubrir uno de los movimientos artísticos más transformadores de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El Modernismo, también conocido como Art Nouveau, rompió con las normas clásicas para abrir paso a una nueva sensibilidad estética, íntimamente ligada a los cambios sociales y tecnológicos que trajo consigo la Revolución Industrial.
En arquitectura, el Modernismo supuso una revolución de formas, materiales y filosofías. Inspirado por la naturaleza y el progreso, incorporó curvas sinuosas en fachadas y techos, exploró el uso decorativo del hierro, el vidrio o el ladrillo, y convirtió cada edificio en una obra de arte total, en la que diseño, ornamento y funcionalidad convivían en armonía. Figuras como el belga Victor Horta sentaron las bases de este lenguaje arquitectónico que pronto cruzaría fronteras.

Las vanguardias del siglo XX encontraron en el Modernismo un aliado creativo: ambos abrazaron la innovación, celebraron la experimentación y desafiaron los cánones establecidos. En lugar de mirar al pasado, miraban hacia el futuro, demostrando que el arte podía ser un motor de transformación social.
El Modernismo en España
En España, el Modernismo encontró un terreno fértil en regiones como Cataluña, donde se convirtió en un estandarte de modernización y también de afirmación cultural. Impulsado por una burguesía ilustrada y comprometida con el arte, este estilo floreció de forma extraordinaria. Ciudades como Melilla —segunda en número de edificios modernistas tras Barcelona— también acogieron esta estética innovadora.
Entre los grandes nombres del Modernismo catalán, destaca Lluís Domènech i Montaner, figura clave junto a Antoni Gaudí y Josep Puig i Cadafalch. Domènech no solo dejó una profunda huella como arquitecto, sino también como catedrático y político. Desde su cátedra en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, influyó en toda una generación de artistas y técnicos, con quienes colaboró en la creación de más de veinte edificios.

Dos de sus obras maestras, ambas en Barcelona, han sido reconocidas como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el Palau de la Música Catalana y el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, considerado el mayor conjunto modernista del mundo. En este último, la arquitectura se pone al servicio de la salud: su fachada orientada al mar buscaba aprovechar la brisa como elemento de ventilación natural, una prueba de cómo el diseño también puede cuidar.
La construcción del hospital se prolongó durante tres décadas y, aunque el plan original no llegó a completarse, en 2009 se construyó una nueva sede hospitalaria que permitió restaurar los pabellones modernistas y transformarlos en museo.
Reus, Gaudí y una ciudad para sanar
Otro proyecto emblemático de Domènech i Montaner es el Institut Pere Mata, en Reus. Diseñado como hospital psiquiátrico, fue concebido como una “ciudad dentro de la ciudad”, donde la arquitectura promovía el bienestar de los pacientes. Los interiores, decorados con motivos florales y elementos naturales, se complementan con jardines y espacios abiertos para el paseo y la contemplación.

Hoy en día, la actividad sanitaria se desarrolla en instalaciones separadas, mientras que el conjunto histórico puede visitarse, con especial atención al Pabellón de los Distinguidos, declarado Bien Cultural de Interés Nacional.

El Institut Pere Mata marcó el inicio del Modernismo en Reus, ciudad natal de Gaudí, que conserva cerca de ochenta edificios modernistas. Un legado vivo que sigue despertando admiración y demuestra que el arte puede ser, también, una forma de cuidado.