Es uno de esos lugares donde la historia se mezcla con la artesanía, el teatro clásico y la gastronomía más singular. Almagro, en pleno Campo de Calatrava, conserva intacta esa esencia de villa ilustre y de grato abolengo, cruce de caminos, capital de órdenes sacro-militares y escenario de dramas y comedias de nuestra literatura escrita en oro.
Señorial y culta, así es Almagro. Un lugar donde se respira el sigilo de los monjes guerreros de la Orden de Calatrava, que se asentaron en estas tierras y que defendieron la meseta de las posibles incursiones árabes desde la cercana Sierra Morena. Esa calma sólo se rompe con el repiqueteo de los bolillos de madera y los aplausos entusiastas de los espectadores del Corral de Comedias. Almagro es así, en conjunto, una tierra de guerreros, una villa teatral, una ciudad artesana compuesta de hilos de seda.
Dicen que la palabra Almagro proviene del árabe y que indica “arcilla roja”, quizá por la riqueza mineral que guarda bajo sus pies. Se sitúa en una encrucijada caminos hacia tierras andaluzas, lo que le hizo ser parada y fonda durante siglos. Es una población con pasado de hidalguía que se plasma en fachadas de palacios y de casas nobiliarias, en iglesias y conventos y en cada plazuela y callejuela.
Una plaza mayor que viste de verde y blanco

Almagro debe iniciarse en el centro, debe conocerse desde su corazón. Su plaza mayor late y bulle todo el año. Un espacio porticado que sorprende por la armonía de la hilera de miradores de color verde. Ese color, mantenido por el tiempo, forma parte del sentir de los almagreños como seña de identidad y que se ha convertido en uno de los guiños estéticos de la villa.
A un lado de la plaza el Ayuntamiento, con su campana que aún marca los plenos, y justo en frente a él, los jardines que conmemoran al conquistador Diego de Almagro, ilustre vecino que dio nombre a tierras lejanas en América.
Este corazón almagreño tiene aires flamencos, quizá por los recuerdos de la familia de los Fúcares, comerciantes y banqueros de la corte de Carlos V, quien, para ganarse su influencia, les arrendó las cercanas minas de Almadén y quienes trajeron riqueza, cultura e influencia a esta comarca. La plaza aún evoca, en algunos de sus rincones, que antaño fue lugar de armas y mercado, incluso gran mentidero de la localidad, y que hoy, sigue siendo punto de encuentro, de conversación y de paseo.

El Corral de Comedias: escenario de honor, capa, espada y disparates
No hay que irse de la plaza sin acercarse al número 18. Allí un portalón castellano nos hace regresar a una época no muy lejana. Allí se ubica el Corral de Comedias, considerado el escenario teatral del Siglo de Oro mejor conservado de Europa. Construido en 1630 y redescubierto en los años cincuenta del siglo pasado, y hoy conserva intacta la estructura tanto en el escenario como en sus balconadas y palcos, su suelo empedrado, su aire literario.
Hoy tres puertas –quién sabe si malas de guardar–, tres ventanas –quién sabe si para que se asomen Ineses, Segismundos y Donjuanes, comendadores, alcaldes, pícaros o damas bobas– y un patio de sillas de enea bastan para deleitar, agitar, excitar y producir risotadas a una selecta platea de nobles, clérigos y vulgo.

Este Corral, este teatro del Siglo de Oro, sigue resonando con dramas de honor, comedias de enredo, entremeses de pícaros, amoríos y afrentas, y con los versos y estrofas de Lope, Cervantes, Tirso, Calderón y otros cómicos de la legua. Y lo mejor es no sólo visitarlo, sino vivirlo como una experiencia. Y es que este Corral de Comedias es un lugar vivo y continúan representando obras teatrales del Siglo de Oro gracias a la Fundación Siglo de Oro, quien mantiene viva esa frase de Calderón según la cual el mundo es un verdadero teatro y nosotros sus mejores actores.
La villa almagreña ofrece también espacios donde la historia se convierte en juego y aprendizaje. El Museo Nacional de Artes Escénicas, emplazado en la que fuera la sede central del Maestre de la Orden de los Calatrava, despliega una colección que recorre la historia del teatro, del circo, de la ópera o del género chico desde que el hombre es hombre. Marionetas, trajes, documentos, escenografías de óperas y zarzuelas, maquetas de teatros. También alberga figurines para que pequeños y mayores conozcan lo que hay detrás de un inmenso telón. Y como todo museo las visitas teatralizadas o los talleres infantiles son una forma perfecta para que la cultura sea entretenida.
Callejear en busca de un pabellón chino
Almagro invita a perderse por sus calles. En ellas conviven palacios nobiliarios y casas populares encaladas en blanco relumbrante. A cada paso aparece un escudo heráldico, una reja de recia forja, un fanal de luz antigua. En muchas portadas renacentistas, si uno se asoma cotillear, descubre patios frescos, sobrios y elegantes. Cada esquina revela un fragmento de historia y un contraste entre el Almagro noble y la villa popular.

Y entre todos los palacios de alta cuna destaca el de Torremejía, construido en el siglo XV y restaurado recientemente. Su fachada en la plaza de Santo Domingo es uno de esos rincones que siempre se retratan en Almagro y que deja ver el poder que llegó a tener este pueblo manchego en tiempos pasados.
Pero no sólo asombra su exterior, el tesoro está en sus salones y alcobas. Un tesoro que ha estado oculto hasta hace dos años. Y es que, en el proceso de restauración, salieron a la luz paredes en sus salones decoradas con papel de arroz de la dinastía Quing, que relatan de forma minuciosa, precisa y maravillosa escenas cotidianas de la China imperial. Parece ser que entonces era la moda en decoración palaciega en el siglo XVIII entre las altas clases sociales.
Dos miradores únicos en Almagro
¿Y poder ver Almagro desde el cielo? Sí, es posible. Dos propuestas de contemplar Almagro que pocos conocen. La primera: subir al campanario de la iglesia de San Agustín, en un lateral de la plaza mayor, desde donde podremos dominar el corazón almagreño y tener el entramado de calles de su casco antiguo a nuestros pies. La segunda, más inesperada y curiosa, es ascender al silo restaurado, que se ha convertido en un curioso centro artístico.

El silo de Almagro ha sido intervenido por el artista Antonio Laguna y combina la arquitectura industrial con murales contemporáneos, ofreciendo unas vistas panorámicas de esta comarca del Campo de Calatrava. Desde la azotea la mirada se pierde en un horizonte que nos lleva desde los páramos de Daimiel a las sierras morenas que se desdibujan en un cercano infinito, y entre medias, pequeñas lomas que no son más que el vestigio de volcanes apagados que dieron forma a estas tierras millones de años atrás.
Al son de bolillos…
Almagro tiene dos sonidos propios: el de la fuerza de los aplausos y el dulce repiqueteo de los bolillos. Del primero ya hemos hablado, pero el segundo es belleza. Los bolillos son parte de la identidad de la villa. En las tardes de invierno en soleados rincones o en las de verano, en los frescos patios de las casas esta música bolillera va in crescendo como una orquesta sinfónica. Son las bolilleras de Almagro quienes, con la tranquilidad y el sosiego, van creando hilo a hilo bellos paños geométricos. Y mientras se tamborilean los bolillos se cuentan los dimes y diretes de cada calle y de cada plaza.
Esta tradición textil llegó de tierras flamencas en el siglo XVI de la mano de los Fúcares. Con el tiempo se convirtió en una gran industria artesanal y en todo un símbolo de distinción. Hoy, mantillas y mantelerías, pañuelos, puñetas y puntillas, bordados, entre otros adornos, engalanan ajuares, trajes de novia, faldas, blusas, chales, cuellos y demás prendas. Todas elaboradas de forma artesanal con ese dulce golpear de la madera de los bolillos, con el mundillo entre las piernas, con el complicado enrevesado de los alfileres que se colocan con precisión para que ese dibujo salga perfecto de las manos de las bolilleras de Almagro.

…y al gusto de berenjenas.
Y si hablamos del buen comer, en Almagro podemos disfrutar de una buena gastronomía castellana donde la caza, el gazpacho manchego y la cocina pastoril son los manjares que reinan en las cartas. Pero la estrella gastronómica es la berenjena de Almagro. Se cultiva en esta tierra y cuenta con la protección como Indicación Geográfica Protegida. La berenjena de Almagro se presenta en aliño y muchas de ellas rellenas de pasta de pimiento picante o no, eso a gusto.
Visitar Almagro es descubrir un lugar donde la historia se representa cada fin de semana en el Corral de Comedias, donde los museos acercan las artes escénicas a pequeños y grandes, donde los palacios esconden secretos llegados de lo más recóndito de Oriente y los miradores ofrecen horizontes que se pierden en el infinito. Un pueblo que suena a madera, que trenza su historia entre hilos de seda y alfileres de colores, y sabe a berenjena, y que sigue siendo, siglos después, un escenario vivo en el corazón de La Mancha.