Fotografías, flores (con la de cempasúchil como protagonista), bebidas, objetos personales… Los altares mexicanos para las almas que ya no están son una celebración de la vida y una alegría para la vista y el paladar.
Tenemos que reconocer, ya de buenas a primeras, que nos gusta mucho más el Día de Muertos mexicano que Halloween. Somos así: el segundo nos parece mucho más marketiniano y falsete. El primero se nos antoja tradición, cultura popular, alegría, color, los mexicanos celebran la vida honrando a sus muertos, no puede ser más bonito, ¿verdad?

Por eso este año queremos hablar de la tradición de día de muertos, de los altarcitos mexicanos y por supuesto, del pan de muerto, esa delicatessen que se hace ex profeso en estas fechas y que conquistó nuestros corazones así como nuestras papilas gustativas, desde que la conocimos.
El Día de Muertos las almas que dejaron este mundo aprovechan para volver de visita a los suyos, amigos y familiares. Esto ya era así desde tiempos prehispánicos, los pueblos mesoamericanos entendían la muerte como un tránsito y no como una pérdida y eso perdura hasta nuestros días en los que el país se engalana, con la flor de cempasúchil como una de las protagonistas.
El altar de muertos es una de las tradiciones más arraigadas (la madrileña Casa de México luce siempre en estas fechas un altar espectacular y son muy habituales las enormes colas a las puertas para verlo). En dicho altar se ponen fotos de los que marcharon, se colocan elementos simbólicos (las flores de cempasúchil, calaveras que al otro lado del Atlántico suelen ser de azúcar), papeles picados (que simbolizan el aire, uno de los elementos) y sobre todo, manjares y bebidas que gustaban a los difuntos. Suele estar presente el pan de muerto, del que hablaremos más adelante, y todo tipo de delicatessen que gustasen a los que recordamos.

Este año en casa pusimos el altarcito para mi madre, eligiendo una de sus fotos más divertidas, y pusimos pan de muerto, pero también, pan (que le encantaba), claveles, sus flores favoritas, vino, champagne, que era una bebida de la que disfrutaba mucho en las fiestas.
En los altares se suelen colocar objetos personales de los difuntos: es una forma de invitarles a disfrutar de ese banquete antes de su regreso. El día 1 es cuando el espíritu de los niños acude a la ofrenda y el día 2 es el turno de los adultos. También hay espacio, por supuesto, para las mascotas.
Como los altares suelen estar llenos de todo tipo de golosinas cuesta que los niños mexicanos no den buena cuenta de ellas antes de que llegue el día de muertos: por eso se les suele decir que si se lo comen antes (después de que los espíritus pasen, pueden hacerlo), el muerto por la noche les tirará de los pies…
«El Día de Muertos es una fiesta para celebrar la vida. En nuestro local preparamos todo para que nadie se quede con cara larga: tacos, música, brindis y, por supuesto, chupitos. Porque si algo sabemos en México es que hasta la muerte se baila con ritmo», explica Gerardo G. Fuentes, socio fundador de la taquería Tiki Taco.
La masa es clave en el pan de muerto
Y vayamos ahora con el pan de muerto, un pan dulce típico de estas fechas (podríamos decir que es una mezcla de bollo suizo, aunque más esponjoso, junto con roscón de Reyes). El bollo simboliza la calavera y colocados encima, los huesos. Hay miles de recetas que puedes encontrar fácilmente para elaborarlo en casa, suele llevar harina, leche, huevo, levadura, azúcar, sal, mantequilla y habitualmente se aromatiza con un toque de anís y naranja. No es muy complicado de elaborar, pero ojo que la masa tiene su aquél y viene a ser el secreto de su jugosidad.

«La esponjosidad de un buen pan de muerto tiene tres secretos clave. El primero está en el reposo en bloque de la masa: una vez elaborada, se guarda entera sin dividir en frío, a unos dos grados, durante 24 horas. Este reposo permite una fermentación lenta, que ayuda mucho a la esponjosidad de la masa. Después llega el momento del horneado, que debe ser rápido y sin que se dore mucho el bollo. Buscamos secarlo lo menos posible. Por último, el baño tras el horno es fundamental. Se pinta el pan con mantequilla fundida y se pasa por un bol lleno de azúcar. Este recubrimiento crea una doble capa protectora de mantequilla y azúcar que evita que el aire lo reseque y mantiene el pan de muerto esponjoso durante más tiempo. En resumen: reposo en bloque, cocción ligera y baño final para conseguir una esponjosidad perfecta en el pan de muerto», explica Pablo Moreno, director de producción de Mallorca y miembro de la cuarta generación.
Crédito imagen apertura: Pastelería Mallorca